"LA MASCOTA. 1 DE 4" por Kamataruk

Barbora, de Vivienne Mok
– ¡Ya está otra vez!

Elainne no daba crédito a sus oídos. Todas las tardes en días alternos sucedía lo mismo: ruidos, golpes, gemidos, traqueteos de cama y gritos de placer femeninos que iban aumentando de volumen hasta hacerse realmente insoportables. Su dormitorio y el de su nuevo vecino estaban separados por una fina pared de ladrillos que no suponía una barrera lo suficientemente gruesa y consistente como para silenciar los orgasmos de las acompañantes del piloto comercial que había alquilado el apartamento un mes antes.

En el bloque de viviendas, las vecinas no hablaban de otra cosa: del semental europeo del ático derecha que se lo montaba con bellísimas azafatas.

Esta vez Elainne estaba preparada. No es que hubiese corrido al terminar la jornada escolar, había volado prácticamente hasta su casa a sabiendas de que lo que iba a escuchar a través del tabique iba a merecer la pena.

Ni almorzó; tiró sus libros de manera descuidada, se lanzó sobre su cama tras quitarse los zapatos y se dispuso a disfrutar de un momento mágico. Llevaba toda la mañana caliente esperándolo. En realidad, su cuerpo ardía desde que, dos días atrás, se quedó a medio masturbar. Se demoró más de lo debido durante su trayecto desde su colegio hasta su casa y pilló la orgía de su vecino a punto de terminar.

La morenita de largo cabello ondulado quiso desabrocharse los botones de la camisa blanca de su uniforme, pero estaba tan nerviosa que no acertaba con los ojales así que optó por la solución más rápida: se la levantó hasta prácticamente la barbilla llevándose a su paso el sostén, liberando de este modo sus bonitos pechos adolescentes. Los golpes del cabecero de la cama vecina contra la pared le hicieron saber que el coito había comenzado por lo que no tenía tiempo que perder.

Como ya intuía sus contundentes senos aparecieron empitonados, con los pezones erectos como diamantes sobre sus areolas bien conformadas. Llevaban toda la mañana en ese estado de excitación desmedida. La adolescente había descubierto a varios compañeros de clase y al profesor de matemáticas mirando de forma descarada esas prominentes partes de su cuerpo que escondía a duras penas su uniforme colegial. Los senos de la joven eran algo fuera de lo normal.

A sus dieciséis años era habitual que Elainne en su conjunto y sus pechos en particular fuesen el objeto de las miradas lascivas de los hombres que la rodeaban. Todos en su colegio comentaban que tenía una delantera soberbia, aunque a Elainne no le pareciese que sus senos fueran algo extraordinario. La joven opinaba de ellos que eran de lo más corrientes y se esforzaba por ocultarlos, pero, para el resto de la humanidad, eran gloria bendita: redonditos, algo globosos y con un lunarcito en su seno derecho que asomaba juguetón a través del escote cuando su dueña se descuidaba. Tal vez se destacasen más por el hecho de que la adolescente no era excesivamente alta pero lo cierto es que casi todo el personal masculino y parte del femenino del centro educativo al que asistía se había masturbado pensando en ese par de bultitos que brotaban en el pecho de Elainne, personal docente incluido.

No obstante, la cualidad que Elainne más le interesaba de sus senos era su tremenda sensibilidad. Acariciárselos o más bien estrujárselos sin piedad le proporcionaba un placer intenso y mucho más en situaciones como aquella en las que la calentura le impedía hacer otra cosa más que tocarse.

Al igual que dos tardes atrás comenzó a escuchar los golpes en la habitación contigua. No eran simples cachetes sino sonoras palmadas bastante contundentes que arrancaban de la hembra de turno inquietantes gritos de dolor al principio, de gusto después y para finalizar derivaban en alaridos de auténtico vicio.

Elainne entornó sus parpados imaginando la escena. Sus ojos marrones quedaron en blanco mientras se pellizcaba los pezones al son de los azotes. La intensidad de los pellizcos aumentaba conforme los golpes crecían en intensidad y dureza. Notó que eso tenía efecto inmediato en su vulva y sacrificó una de sus manos deslizándola por el interior de su falda. Buceó bajo sus braguitas, recorrió su Monte de Venus y, dejando atrás el ramillete de vello que lo adornaba, llegó a la tierra prometida: su vulva totalmente dilatada, derretida de jugos, ansiosa por ser penetrada.

En cualquier otra circunstancia hubiese ido más despacio, pero en ese momento le apetecía cualquier cosa menos ser delicada con su cuerpo. De un solo golpe, se insertó en la vagina tres de sus dedos hasta lo más profundo, mordiéndose el labio inferior casi haciéndolo sangrar para no gritar de puro éxtasis. La joven abrió las piernas cuanto pudo y comenzó a contorsionar su cadera para así masturbarse más duro, dándose placer de manera intensa al tiempo que se retorcía el pezón con crueldad.

– ¡Uhmm! – Murmuró.

La joven comenzó a jadear cada vez con más fuerza conforme se masturbaba a la vez que escuchaba a una desconocida gozando como una perra de su atractivo vecino. Elainne abría su boca buscando el aire que le faltaba y, temiendo no poder contenerse, se quitó las bragas empapadas de flujos y se las metió en la boca a modo de mordaza. Después, continuó dándose gusto al cuerpo con renovados bríos no solo metiéndose los dedos a modo de falo en la vagina sino también abriéndolos en su interior y retorciéndolos en su entraña de manera brusca.

La paja estaba siendo antológica, tanto o más que el polvo de sus vecinos. Su grado de excitación era tal que, justo en el momento de alcanzar el clímax abrió tanto la boca que su minúscula ropa interior de encaje negro resbaló de sus labios, dejando escapar un sonoro suspiro que resonó en su habitación.

La cosa no hubiese ido a mayores de haber seguido los otros con su escandalosa cópula, pero la mala suerte se alineó con ella y, justo en el momento de su desahogo, los sonidos del otro lado del tabique cesaron con lo que su gemido fue todavía más evidente.

La chica, asustada, mordió su puño intentando no repetir su indiscreción mientras con la otra mano terminaba la faena. A Elainne le pareció escuchar unas voces y unas risas, pero en ese momento su prioridad, su mundo, su vida se reducía a las contracciones de su sexo.

Tras el orgasmo, la muchacha permaneció tumbada en la cama mirando al techo durante un buen puñado de minutos, intentando recuperar el aliento, mientras de su coño manaba un hilito de babas. Le sobresaltó el ruido de una puerta abriéndose en la lejanía y se incorporó del lecho como un resorte.

– ¡Mierda! – Gruño

En un primer momento pensó que sería su madre o su hermano mayor volviendo a casa mucho antes de la hora acostumbrada pero pronto comprobó aliviada que el sonido procedía de la puerta principal de la casa su vecino y no de la suya.

Se acercó como un rayo a la entrada de su vivienda y, a través de la mirilla, espió a los adultos como las otras veces.

– ¡Eran dos! – Exclamó en voz baja – . ¡La rubia y la pelirroja!

En efecto, del departamento anexo salieron dos muchachas muy sonrientes vestidas de manera algo diferente con lo que Elainne identificó como uniformes de compañía aérea. Eran tremendamente hermosas y de rasgos nórdicos. Ambas eran muy altas y con sus largos cabellos recogidos en perfectas colas bajo una curiosa gorrita azul. Una de ellas, la rubia, se detuvo justo delante de la muchacha cuando miró a la parte exterior de la mirilla. La pelirroja, por el contrario, prosiguió su marcha sin inmutarse.

La joven se quedó petrificada y contuvo la respiración evitando hacer el menor ruido al quedar ojo con ojo con aquella hembra imponente. Daba la impresión de que la otra sabía exactamente de su presencia. Por fortuna para Elainne, la hembra y el aviador hablaron algo entre ellos en un idioma extraño. Entonces la rubia sonrió y tiró de su maletita con ruedas hasta desaparecer en el elevador.

– ¡Venga, venga, deprisa, deprisa!

La adolescente volaba mientras se colocaba de nuevo los zapatos a toda prisa. Estaba a punto de ponerse las bragas en su lugar correcto cuando escuchó de nuevo el ruido de la puerta vecina.

– ¡No hay tiempo! ¡Que se largaaa! – Chilló lanzando su ropa interior por los aires.

Las semanas previas le habían proporcionado la suficiente experiencia como para saber que el misterioso vecino abandonaba su vivienda momentos después de que su o sus amantes, como en aquel caso, se marchaban tras el sexo. Después, permanecía ausente durante cuarenta y ocho horas tras las cuales aparecía de nuevo en su apartamento, listo para la siguiente orgía, y acompañado siempre de hermosísimas hembras. A excepción de la rubia de siliconados senos y la gigante pelirroja jamás había repetido de amante, al menos que Elainne hubiera visto.

Las vecinas murmuraban constantemente acerca de él y sus hazañas sexuales. Decían que probablemente se tratase de un hombre casado que utilizaba el apartamento para serle infiel a su señora con ardientes auxiliares de vuelo durante la escala en Quito.

Lo cierto es que todos aquellos chismes le traían sin cuidado a Elainne ya que lo único que deseaba era sentir la mirada esos ojos grises que la traían loca y en volver a escuchar su profunda voz de acento extranjero.

El grado de ansiedad de la adolescente era tan alto que salió precipitadamente de su casa, dándose de bruces contra su oscuro objeto del deseo.

– ¡Ops! Cuidado, pequeña… – Dijo él mientras una nube de papeles salía volando por los aires cayendo en el piso de manera desorganizada.

Elainne quiso morirse de vergüenza al ver el destrozo que había causado. Ella, que pretendía dar una buena impresión a su vecino, sólo le había causado problemas ya que estaba claro que él tenía prisa.

– Lo… lo siento. – Balbuceó torpemente.

Intentando enmendar su error, la muchacha se arrodilló rápidamente en busca de los documentos. La faldita negra de su uniforme escolar negra se subió algo más de lo debido, bastante más de las rodillas y el frescor que experimentó en su vulva le recordó la total ausencia de ropa interior y eso le turbó aún más. Por si esto fuera poco, para elevar su calentura, a su nariz llegaron de inmediato los olores de sus efluvios más íntimos. Descompuesta, rezó cuanto supo para que su no vecino captase el aroma allá en las alturas de su más de metro noventa de estatura. Pero cuando el gigante se agachó para ayudarla supo que todo estaba perdido: era imposible que un hombre tan experto en todo lo referente al sexo no distinguiese la fragancia de una vulva adolescente anegada de jugos a su lado.

– Tranquila, no pasa nada. Yo lo recojo.

Las mejillas de Elainne parecían brasas y sus pezones traviesos volvían a jugarle una mala pasada. Probablemente el hombre le estaba mirando bajo la falda o inclusive buceando a través del escote, pero ella seguía a lo suyo recolectando folios y más folios sin levantar la mirada del suelo. Paradojas de la vida: el mismo botón rebelde que la impidió descubrirse durante la masturbación no había tenido el menor problema en saltar por los aires por su cuenta y proporcionar al piloto una inmejorable vista cenital de sus senos y de su delicada peca.

– Está bien, está bien, bonita. No te preocupes Elainne; yo los recojo. ¿Ves? Ya está todo solucionado.

Ambos se levantaron del suelo. La joven compuso su falda cómo pudo.

– ¿Co… cómo sabe mi nombre? – tartamudeó la muchacha torpemente.

Al alzar la mirada, se encontró de inmediato con aquellas pupilas increíbles. Su joven cuerpo se estremeció como un flan.

– ¡Me lo dijo esa señora insufrible del primero! – Dijo él guiñándole un ojo y su mejor sonrisa – . Creo que es, ya sabes: algo cotilla. Bueno, en realidad es muy cotilla, pero eso supongo que ya lo sabes ¿verdad?

– Sí, sí lo es. – Rió Elainne algo más relajada.

La chica intentó contener sus nervios, no quería parecer una niña tonta delante del adulto.

– Yo me llamo Karl, Karl Addens. Comandante Karl Addens para servirle a usted en todo lo que desee. Señorita. – Dijo él tendiéndole la mano.

– ¡U… un gusto! – Replicó ella estrechándosela con muchísima vergüenza.

Al notar el tacto del hombre casi se olvida de respirar.

– ¿Bajas?

– ¿Qué si bajas? Ya sabes… el ascensor.

– ¡Sí, sí! Por supuesto.

Mientras se cerraban las puertas Elainne no podía dejar de mirar al piloto: su apuesto porte, sus grandes manos, su alianza de casado, su impoluto uniforme y su olor a colonia varonil. No era joven pero tampoco demasiado mayor, lo situaba rozando los cuarenta, pero se notaba que hacía ejercicio y que se mantenía muy bien. A la adolescente se le caía la baba observándole y no sólo las babas: todavía sentía cómo los flujos sobrantes de su paja resbalaban por sus muslos en sentido descendente amenazando con aparecer más allá de la falda y meterla en un nuevo aprieto.

– ¿Dónde ibas tan deprisa? – Dijo el aviador apenas iniciaron el descenso.

– Me mandó mi mamá para un encargo.

– Buena chica. ¿Se quedó en casa?

– No. Viene a la noche y mi hermano apenas está por la casa. Yo estoy siempre sola toda la tarde.

– Entiendo.

La joven se arrepintió al momento por haber facilitado una información no solicitada. Solía ser bastante reservada, más aún con los desconocidos, pero la presencia de aquel maduro piloto la ponía muy nerviosa y, cuando eso le sucedía, hablaba por los codos de manera desorganizada.

La cabeza de Elainne era un potro desbocado. Imaginó a aquel hombre utilizando la parada de emergencia y tomándola allí mismo, en el ascensor, de manera salvaje, como hacía con sus amantes, pero nada de eso se produjo. El adulto se comportó como un perfecto caballero: le abrió la puerta, le dio dos besos en las mejillas y tomó el taxi que le esperaba camino del aeropuerto.

Elainne se quedó observando cómo el vehículo desaparecía en la distancia. Tenía dos largos días por delante hasta poder volver a ver a su amor platónico.

Decidió no lavarse la mano hasta ese día.

CAPÍTULO 2:

Elainne estaba como en una nube, apenas tomó bocado. Hasta su mamá se dio cuenta de que estaba más distraída que de costumbre, pero lo atribuyó a sus hormonas alteradas por algún chico del colegio, de esos con los que solía conversar habitualmente. La chica no tenía muchas amigas de su mismo sexo y congeniaba mejor con los chavales de su edad a los que solía imitar en cuanto a su forma de vestir para enfado de su progenitora.

La jovencita recordaba al detalle todos y cada uno de los segundos que había compartido su vecino y se excitaba al evocarlos en su mente. Comenzó a planificar su siguiente encuentro esa misma noche, después de masturbarse pensando en él. Decidió que, dos días después, se saltaría la última clase para poder llegar antes a casa. De esta manera tendría el tiempo suficiente para vestirse con ropas bonitas, esas que le compraba su mamá y que nunca se ponía, que resaltasen su busto en lugar del horrendo uniforme escolar. Pensó en preguntarle a Karl por su trabajo y en otras formalidades para lograr que la conversación se alargase algo más. Quería estar el máximo tiempo posible con él.

Todavía faltaba más de una jornada para lo que ella consideraba una cita, pero ya tenía preparado en un lugar principal de su armario el mejor de sus vestidos, sus zapatos de tacón de las celebraciones y localizado el perfume especial de su mamá para tomárselo prestado. Tan ensimismada estaba en su mundo que olvidó la llave de su departamento y, al llegar a casa, se encontró de frente con la cruda realidad: no podría entrar en su vivienda hasta que su madre o su hermano regresasen, cosa que no ocurriría hasta bien llegada la noche.

– ¡Mierda! – Murmuró.

Elainne se enojó bastante consigo misma. Tenía bastante trabajo escolar atrasado y aquel contratiempo trastocaba sus planes: no quería que nada ni nadie se interpusiese en su objetivo. Resignada, se dirigió al ascensor arrastrando los pies. Como cuando era niña, pasaría la tarde en casa de la señora Julia, la señora insufrible y cotilla del primer piso, tal y como la había descrito el nuevo vecino. Nada le apetecía menos que escuchar a esa bruja amargada hablar mal del hombre de sus sueños.

Cuando la portezuela del ascensor se abrió estuvo a punto de desmayarse.

– ¡Hola, Elainne! – Le dijo el rostro por el que había suspirado mientras se metía los dedos en la entraña.

– Pe… Karl. ¿Qué haces tú aquí?

– Vaya pregunta… vivo en este lugar, ¿recuerdas?

– Sí, sí. Lo sé, pero no deberías estar aquí hasta mañana.

– Vaya – Dijo con gesto de resignación mal fingida – . Veo que me controlas más que mi mujer. Tuve que hacer una sustitución a un compañero enfermo. Ha sido una emergencia, a veces suceden estas cosas.

– ¡Oh, vaya! Lo siento.

– No pasa nada. Otra vez puede sucederme a mí. Y tú, ¿dónde vas?, ¿de compras otra vez?

– No – respondió la chica muy apesadumbrada – . Olvidé mis llaves dentro de mi casa y no puedo entrar en ella hasta que llegue mi mamá, allá a la noche.

– ¿En serio? ¡Qué mal! ¿Y qué vas a hacer?

– Te… tenía pensado en ir a casa de la señora Julia.

– ¿La bruja del primero? Sólo le falta la escoba. Es más, creo que se la ha comido. – Dijo él en tono burlón.

– ¡Sí! – Rió la adolescente.

– Esa mujer es un martirio. ¿No te apetece más interesante quedarte en mi casa? A mí no me molestas. Es más, será todo un placer cuidar de ti.

Elainne no daba crédito a la propuesta de su apuesto vecino. El corazón se le disparó a mil por hora y pensó que se ahogaba. Su planificación de su siguiente encuentro había saltado por los aires y, como improvisar no era lo suyo, dijo lo primero que se le vino a la cabeza.

– ¿No esperas a alguien?

Hasta ella misma se escandalizó por lo poco discretas que habían sido sus palabras. Nuevamente experimentó ese calor en el rostro que le indicaba que se había ruborizado de manera alarmante cuando menos le convenía.

Por suerte para ella su interlocutor no se tomó mal su indiscreción; se limitó a encogerse de hombros, mirarla con sus ojos níveos y sonreírle divertido al contestar:

– No, no espero a nadie, tú eres hoy mi única invitada. Soy todo tuyo, así que tú decides. Pero te advierto que si eliges a esa serpiente de lengua viperina del primero en lugar de a mí me partirás el corazón y lloraré amargamente en la oscuridad de mi apartamento – dijo guiñándole un ojo al tiempo que sacaba la lengua – . ¿Qué me dices?, ¿te animas?

Minutos más tarde Elainne saboreaba una deliciosa taza de cacao sentada sobre un confortable sofá de cuero negro. Le encantaba su tacto suave y cálido. El sonido del agua al caer le hacía suponer que Karl seguía tomando una ducha y eso le daba un poco de tiempo para pensar algo sobre sus siguientes pasos. Como los nervios se la comían por dentro decidió levantarse y deambular por la estancia. Recayó en uno de sus vicios más adictivos y comenzó a mordisquearse las uñas mientras inspeccionaba la habitación.

No era la primera vez la joven que visitaba esa casa. Antes de que el aviador la adquiriese vivía en ella una anciana bastante agradable con una enfermiza obsesión por la limpieza. Siempre había asociado a aquella vivienda con el olor a lejía que desprendían las galletas que aquella buena señora le regalaba cada vez que la veía corretear por el rellano.

Y precisamente eso era lo único en lo que no había cambiado la vivienda: la limpieza. El apartamento estaba impoluto, no había nada fuera de su sitio, parecía sacado de una de esas revistas de moda que solía leer su mamá cuando iba a la peluquería. Por lo demás, estaba a años luz de su aspecto original. Elainne lo recordaba oscuro, con muebles obsoletos y una decoración exagerada, propia de una anciana con muchos recuerdos. En cambio, lo que aparecía ante sus ojos en ese momento era precisamente lo contrario: ambiente minimalista, tecnología de última generación y colores luminosos; grises y blancos en su mayoría. Le llamó poderosamente la atención una magnífica cámara de fotos que descansaba en uno de los aparadores del armario. Sin ser una experta le pareció extremadamente cara y complicada de utilizar.

Mientras examinaba el salón, recordó lo mucho que le habían incomodado las obras de acondicionamiento dada la proximidad de su cuarto, pero tenía que reconocer que el resultado había valido la pena. Le pareció increíble que aquella casa y la suya fuesen prácticamente iguales. No es que su hogar fuese pobre, era más bien que el apartamento de Karl destilaba un aroma a lujo y dinero que iba más allá de las posibilidades de su familia.

– Pon la música que quieras, salgo en un momento. –Gritó el hombre desde el cuarto de baño.

– ¡Vale!

Elainne se acercó al complejo equipo de audio. Era una chica lista, no tuvo problemas para ponerlo en marcha, pero sí para encontrar algún tipo de música, ya fuese de su gusto o no. Decidió abrir el único cajón del armario en busca de los soportes de audio y los encontró, pero sus vivarachos ojos marrones no se detuvieron en la extensa colección de CD’s de audio de conocidos artistas sino en un número considerable de DVD´s con nombres de mujer en el lomo.

– Abby, Aileen, Alice… – musitó.

Dejó de leer la larga lista al tropezarse con una curiosa diadema con unas graciosas orejitas de gato negro adheridas y otros complementos que se encontraban junto a ella.

La adolescente, curiosa, la tomó y, colocándosela sobre la cabeza, miró al enorme espejo de cuerpo completo que colgaba de una de las paredes. No solía gustarle lo que reflejaban esos objetos, pero esa vez fue una excepción. No pudo evitar sonreír al ver su aspecto.

– ¡Qué graciosas! – Pensó inocentemente, haciendo distintas poses de lo más divertidas con las orejas felinas.

Después, procedió a examinar el resto de los complementos que acompañaban a las orejas. No tuvo problemas en identificar dos pares de esposas metálicas, ni el collar ni, por supuesto, las medias de seda, pero sí una especie de raro amasijo de tiras de cuero. Lo tomó con sus manos y e intentó colocarlo sobre su cuerpo, pero aquello no era más que una serie inconexa de finas tiras de no más de un centímetro de grosor del mismo color azabache al que no le encontraba sentido. En el fondo del cajón descubrió una especie de cola felina en cuyo extremo final tenía dispuesto un pequeño apéndice de plástico cuya utilidad no logró comprender. Lo agarró de esta parte para examinar el objeto con mayor facilidad.

– Veo que has descubierto mi secreto. Ahora tendré que matarte…

La repentina aparición de Karl tras ella le hizo dar un respingo y todos los complementos cayeron al suelo.

– ¡Oye, que era broma! – Rió el hombre al ver lo ocurrido tras su amenaza de pega.

– ¡Oh, dios mío!

– Parece que contigo todo termina siempre cayéndose.

– Soy una tonta. – Dijo la joven muy apesadumbrada.

La primera intención de la joven fue arrodillarse y recoger los objetos del piso. El problema surgió cuando, al alzar la mirada, vio al apuesto hombretón prácticamente desnudo mirándola con sonrisa burlona. No pudo hacer ni decir nada, se paralizó.

Elainne estaba acostumbrada a ver los músculos de algunos de sus amigos; bultos realmente notables a fuerza de horas y horas de gimnasio, pero el casi metro noventa de humanidad de Karl era sencillamente otra cosa. El aviador tenía el torso cubierto de una ligera capa de vello que adornaban unos pectorales perfectamente marcados y unas amplias espaldas. Sus abdominales no eran la típica “tableta de chocolate” de los fanáticos de los gimnasios, pero sí se perfilaban de manera rotunda sobre la toalla de baño. Estaba claro que el piloto ya no era un joven veinteañero, pero sí que se conservaba en una forma física impecable.

La adolescente se estremeció al verlo.

Los ojos de la muchacha fueron descendiendo a lo largo de la anatomía del hombre maduro hasta detenerse en el prominente bulto que se marcaba con nitidez bajo la toalla, apenas a un par de palmos de su cara. La imaginación calenturienta de la joven echó a volar. El pene oculto se le antojó enorme y comenzó a recordar los chillidos y gemidos de las chichas que habían visitado ese mismo lugar antes que ella. De manera inconsciente, comenzó a salivar y el cosquilleo en su entrepierna, ese que la llevaba a tocarse prácticamente a diario pensando en su atractivo vecino, comenzó a manifestarse una vez más.

– ¿Te gusta? – Dijo Karl.

Elainne tragó saliva, sin poder contestar.

– Me refiero a eso que llevas en la mano.

– ¿Q… qué es?

– Unas orejitas felinas, unos guantes con garras... yo creo que está muy claro de qué se trata.

– ¡Un disfraz de gatita! ¿Y qué es esto, el rabito?

– Exacto.

– Y… ¿esto dónde se coloca? – Dijo la muchacha agarrando el apéndice felino por su parte plástica y dura

– ¡Adivina! – Rió Karl muerto de risa al ver la cara de asombro de la chica al entenderlo.

– ¡Oh, ya veo! – Dijo Elainne tomando la cola por otro lado, enfadada consigo misma por parecer tan tonta delante del experimentado aviador.

– Pruébalo, seguro que te sienta genial.

La joven demoró su respuesta examinando el amasijo de tiras de cuero con curiosidad. Su cuerpo le pedía una cosa, pero la razón se impuso, al menos en ese primer asalto.

– N… no. Gracias.

– Pero… ¿por qué? Estarás estupenda. Yo creo que es más o menos de tu talla.

El hombre se iba aproximando a la muchacha a la vez que hablaba.

– Salta a la vista que te mueres por hacerlo.

– Pe… pero es que… tendría que quitarme la ropa, ¿no?

– ¿Y?

– Yo… yo… no… no puedo hacer eso. Me da vergüenza.

El semblante del adulto cambió de repente. Su amabilidad y sus buenos modales desaparecieron de un plumazo. Karl se mostró severo con Elainne y la taladró con la mirada.

– Ya eres lo suficiente mayor como para tomar tus propias decisiones, Elainne. Tal vez prefieras seguir escuchando a través de la pared lo que hacen las demás en lugar de experimentar por ti misma. ¿De verdad quieres eso?, ¿ser de esas personas que se limitan a contemplar cómo transcurre la vida o prefieres ser de las que toman partido y viven cada día intensamente como si fuese el último?

– Yo…, yo… – Balbuceó la muchacha torpemente.

– ¿Qué creías, qué no lo sabía?, ¿crees que no te escucho darte placer un día sí y otro también mientras estoy con otras mujeres? Los tabiques de este edificio son de papel, tú bien lo sabes. Tus jadeos se oyen a través de ellos todas las tardes mientras otras disfrutan con lo que tú solamente te atreves a imaginar.

Los ojos de la joven se abrieron de par en par. Sin la protección de anonimato, se sintió cohibida y abrazó su cuerpo como si quisiera cubrirse de la mirada inquisitoria del adulto. Elainne sintió miedo, miedo y vergüenza a partes iguales y miró la puerta de salida con ansia.

– ¿De verdad es eso lo que quieres? ¿Quieres irte, huir como hacen las niñas pequeñas? Hazlo, vete. No voy a ser yo el que te retenga, eres libre como un pajarito.

Elainne estaba realmente asustada. El hombre parecía más alterado, casi violento, pero terminó apartándose de su teórica trayectoria de escape.

– ¡Vamos, largo! –Gritó Karl señalándole la salida – . No me apetece perder el tiempo con niñerías. Pero ten algo muy claro, jovencita: si traspasas esa puerta ahora no volverás a entrar aquí, pero si te quedas te enseñaré cosas que jamás habrías imaginado – prosiguió con firmeza – . Dejarás de ser una niña, dejarás de ver tu vida desde afuera y pasarás a vivirla plenamente como una mujer de verdad.

La adolescente dejó de mirar la puerta para centrarse la minúscula prenda, intentando calcular la proporción de piel que iba a quedar cubierta con ella encima. Respiró hondo, pero siguió paralizada por los nervios.

– Vale, está bien. No me hagas perder más el tiempo, niña ¡Fuera de mi vista! – Dijo Karl tomando con fuerza el brazo de Elainne, empujándola con brusquedad en dirección a la salida mientras le arrancaba el complemento de las manos – . Esto te supera, es otro nivel, no quiero volver a verte en la vida. ¡Largo!

– ¡No, no, no! – Suplicó la adolescente cuando estuvo prácticamente en la puerta de lo que creía el paraíso – . ¡Lo haré, lo haré! ¡Me lo pondré! ¡Me lo pondré!

– ¿Seguro?

– ¡Sí, sí! ¡Lo haré, haré lo que quieras! ¡No me eches, por favor! – Suplicó la chica atropelladamente lanzándose a por la prenda con desesperación.

El hombre sonrió al ver cómo su invitada examinaba la peculiar prenda con firme intención de colocársela cuanto antes. Su experiencia con las mujeres era muy amplia, pero algo le decía que Elainne era especial, todo un diamante en bruto. Una jovencita atrapada en un cuerpo de infarto y un potencial enorme por pulir. Estaba casi seguro de que ella sólo necesitaba alguien que la guiase, alguien que le diese un pequeño empujón para sacar su verdadera naturaleza de hembra ardiente y fogosa. Pensó que se encargaría de darle con mucho gusto. Karl intuía que iba a disfrutar como nunca cada segundo que pasase cerca de aquella bella señorita de larga melena y rotundos senos.

– Está bien, adelante. Hazlo.

– ¿D… dónde está el baño? – Preguntó Elainne de manera inocente.

– ¿El baño? ¡Por dios, esto es increíble! – Gruñó el aviador poniendo el disfraz fuera de su alcance.

– ¡Vale, vale, vale! – Replicó ella haciéndose finalmente con la prenda de la discordia.

La chica peleó de nuevo con la camisa de su uniforme. A fuerza de practicar se le había hecho más sencillo dominarla y esta cedió con facilidad. Quiso pedirle al anfitrión que, como gesto de cortesía hacia ella, dejase de mirarla mientras se desnudaba de aquella forma tan sucia y lasciva, como si fuese un lobo a punto de merendarse a una cabritilla, pero temió provocar de nuevo su ira así que se abstuvo de hacer comentario alguno. Desviando la mirada hacia el infinito, se quitó la camisa blanca y la falda negra lentamente. Después, se desprendió de los zapatos y de sus calcetines de tacón bajo, dejándolos de manera desordenada sobre el suelo. Fue entonces cuando, al quedarse solamente con la ropa interior sobre su cuerpo, su pudor le superó y rompió a llorar desconsolada. Aun así, estaba decidida a seguir adelante así que se sorbió los mocos y deslizó sus manos hacia la espalda en busca del cierre de su sostén.

– ¡Mierda! – Murmuró al notar cómo el pequeño broche de plástico pretendía salvaguardar su honra.

– Tranquila, no hay prisa.

– Ya… ya voy.

– Despacio, despacio… no te precipites.

Precisamente Elainne hizo todo lo contrario a la sugerencia del adulto: se deshizo de tanto del sostén como de las braguitas a toda velocidad. Utilizó su larga cabellera para cubrir mal que bien sus senos y cerró las piernas con fuerza intentando ocultar su sexo ayudada por su vello púbico. Todo iba bien hasta que intentó colocarse el disfraz. Introdujo una pierna por una de las aberturas erróneas y, al ver que la cosa no funcionaba, se puso todavía más nerviosa. Peleó de manera estéril y el resultado final de toda su odisea fue que terminó cayendo de nalgas contra el suelo, con las piernas abiertas y con sus redonditos senos completamente erectos la vista de un Karl que no dejaba de reír.

– ¡No puedo ponerme eso, es imposible! – Protestó haciendo pucheros como una niña.

Estaba tan enfadada que incluso olvidó tapar sus vergüenzas, se le veía todo lo que pretendía ocultar.

– Tranquila, tómate tu tiempo.

– ¡Es que no se puede, es imposible! – Repitió.

– No es tan difícil. Yo te ayudo. – Dijo él tendiéndole la mano con amabilidad.

Aquella actitud gentil y educada sorprendió a Elainne. No estaba acostumbrada a tratar con adultos. Pensó que cualquier chico de su edad, al verla en esa postura tan poco decorosa, se hubiese abalanzado sobre ella para tomarla por las buenas o por las malas, pero el maduro aviador parecía muy tranquilo y calmado ante su total desnudez. Aquella manera de actuar serena y amable apaciguó los nervios de la chica así que aceptó la ayuda mientras se incorporaba frotándose la parte dolorida de su cuerpo.

– Ves, se pone así. Pasa la pierna por ahí…

– ¿Por ahí?

– No, por ahí no. Por ese otro lado.

– Ah, vale. Así es más sencillo

Ella se dejó guiar y todo le resultó más fácil. Notaba cómo Karl acariciaba su cuerpo mientras le ayudaba, principalmente su costado o sus hombros, pero lo hacía de una manera tan cálida y natural que no se sintió incómoda en ningún momento. Por el contrario, se le erizaba el vello cuando las yemas de los dedos del adulto rozaban alguna parte íntima de su piel mientras colocaban cada una de las cintas de cuero en su lugar correcto. La sobaba de manera delicada, sin inhibirse, pero también sin recrearse a la hora de tocar, y ella se sintió muy cómoda entre sus manos.

El momento crítico llegó cuando Karl le colocó las tiras alrededor de los pezones y la punta de uno de ellos quedó atrapada entre sus dedos. El leve tironcito que él le propinó tuvo consecuencias: se erizó de inmediato.

– Uhm… – gimió sutilmente la joven sin poder reprimirse.

Karl volvió a sonreír complacido, pero siguió como si nada componiendo el disfraz. Elainne no dejaba de mira al infinito mientras se dejaba hacer. No colaboraba, pero tampoco mostraba oposición a lo que el hombre le hacía. Tan sólo deseaba que la humedad de su vulva pasase desapercibida para el adulto, cosa bastante difícil ya que incluso ella podía olerla perfectamente.

– Muy bien, estás preciosa. Ahora, las medias.

Como autómata la joven se dejó colocar las sedas a lo largo de sus piernas. Casi se derrite cuando las enormes manos de Karl recorrieron sus muslos en su totalidad, de abajo hacia arriba, estirando las delicadas mallas oscuras hasta que no quedó ni una arruga.

A Elainne le costaba un mundo respirar. Nadie le había acariciado en una zona tan próxima a su vulva y mucho menos un hombre adulto semi desnudo. Sus escasas experiencias previas se reducían a más o menos inocentes tocamientos con alguno de los chicos en las sesiones de baile del barrio.

– Elainne… – El piloto tuvo que repetir varias veces el nombre de la muchacha hasta que la mente de esta aterrizó de nuevo en la tierra.

– ¿Q… qué?

– Observa. Estas mordacitas sirven para que las medias no se caigan. ¿Lo ves? Es como una especie de liguero antiguo.

– E… entiendo.

– ¡Uhm! Estás divina, pero creo que falta algo.

Sin esperar respuesta, el aviador salió disparado hacia su habitación. Volvió al momento con un lápiz de labios de color rojo intenso.

– Eso es. – Murmuró él tras pintarle de carmín los labios con inusual maestría tratándose de un hombre – . ¡Genial! Ahora, mírate. Pareces otra.

A Elainne le costó un rato armarse del valor suficiente como para vencer el pudor y alzar la mirada.

– ¡Oh! – Exclamó realmente impactada por el cambio que había sufrido su aspecto.

Le costó reconocerse. El extraño conjunto se adaptaba a su cuerpo como una segunda piel, realzando sus partes del cuerpo más erógenas, principalmente sus pechos. Ya no parecía la colegiala asustadiza amargada por su controladora hermana y por su cruel sobrina sino una hembra adulta dispuesta a entregarse en cuerpo y alma a ese hombre que la volvía loca.

– Ahora, el toque maestro – Dijo él colocándole las orejitas de gata – . Eso es… ¡perfecta!

El efecto euforizante que le produjo su fabuloso aspecto dio paso de nuevo a su naturaleza indecisa al comprobar, aterrada, que aquel atuendo dejaba ver todas sus vergüenzas. En efecto, las tiras estaban estratégicamente dispuestas a lo largo de su cuerpo de forma y manera que ni los pezones ni la entrada de su vulva, ni tan siquiera la parte más íntima de su trasero quedaban ocultos a la vista de Karl.

Por si todo eso fuera poco, el hecho de que el hombre tomase la cámara de fotos entre sus manos elevó todavía más el nivel de alarma.

– ¿Qué… qué vas a hacer?

– Un café, ¿a ti qué te parece?

– No, eso no. Fotos no. – Negó la adolescente tapándose los senos y la cara justo en el momento que el primer torrente de luz salió de la cámara en dirección a ella.

La chica había tenido un par de malas experiencias en la red con aquellas cosas. Dos muchachos abusaron de su confianza y la amenazaron con compartir sus fotos con terceras personas tras mostrarles sus senos. Desde entonces, Elainne rechazaba por completo posar de cualquier modo ya fuese vestida y más aun prácticamente desnuda como era el caso.

La falta de colaboración no afectó en absoluto al piloto. Karl no se detuvo y prosiguió con la improvisada sesión fotográfica enfocando directamente a las zonas menos pudorosas de Elainne.

– Ya… ya es suficiente.

– Yo diré cuándo es suficiente, Elainne. Aparta las manos, por favor.

– Yo… yo no quiero que me hagas fotos. Odio las fotos.

– Pues entonces tienes un problema. A mí me encantan. ¡Sonríe!

Mientras hablaba, el hombre no dejaba de disparar una y otra vez. La chica intentaba cubrirse, pero le era imposible ocultar su cara y su cuerpo al mismo tiempo. Su malestar se reflejaba en su rostro. Estaba cada vez más incómoda y nerviosa.

– Eres preciosa… tienes un cuerpo increíble.

– Ya es suficiente… – suplicó ella muy angustiada de nuevo – . ¡Por favor!

– ¡No, no es suficiente! ¡Joder! – Gritó Karl visiblemente cabreado.

Y dejando la cámara a un lado, prosiguió muy enojado:

– Deja de taparte. Mira a la jodida cámara y sonríe. Es mi casa, son mis normas. Si no te gustan, ahí tienes la puerta. ¿Entiendes, niñita consentida?

De nuevo las pupilas de Elainne comenzaron a humedecerse.

– ¡Muéstrate o lárgate!

Tras unos momentos de tensa espera, los brazos de Elainne se abrieron, liberando sus senos. El momento fue aprovechado por Karl para realizar una serie de fotografía de la preciosa cara y de los exuberantes pechos de la adolescente.

– Prométeme que no se las enseñarás a nadie. – Suplicó ella ofreciendo sus senos a la cámara.

Muy a su pesar sabía muy bien la parte de su cuerpo que más gustaba a los chicos.

– Haré lo que quiera con ellas. Date la vuelta, que se te vea un poco más el culito. Eso es, muy bien. Arquea un poco más la cadera y abre las piernas ligeramente.

– Dime que no lo harás. – Continuó negociando la muchacha sin dejar de obedecer como una marioneta.

– Lo haré, no te quepa duda. Aguanta esa pose, mira a la cámara y sonríe – ordenó el adulto inmortalizando los tres orificios de la muchacha en una misma fotografía – . Mis amigos se volverán locos contigo… les vas a encantar.

– Pe… pero… ¿por qué? ¿Por qué me haces esto?

– Sonríe. Porque eres una gatita muy mona. Apoya las manos en el espejo y mírame.

– Pero yo no quiero que hagas eso… – Dijo Elainne posando las palmas en el cristal con sus ojos vidriosos fijos en el objetivo.

– Ya, lo que sucede es que las opiniones de las mascotas no cuentan. No dejes de mirar a la cámara y abre un poquito la boca. Muérdete ligeramente el labio, por favor.

– Pero yo no… yo no soy una mascota, soy una persona.

– No, ya no. A partir de ahora eres mi mascota, mi gatita más concretamente…

– Yo, yo no… yo no quiero eso.

– Me da igual lo que quieras, a partir de ahora serás mi mascota.

– ¡No! – Lloriqueó la joven volviendo a cubrirse al ver que sus súplicas eran inútiles frente a la determinación del adulto justo en el momento en el que él iba a efectuar un primer plano de su sexo.

El improvisado fotógrafo dejó de disparar, muy molesto.

– Mira, Elainne… esto no funciona. Mi paciencia tiene un límite y estás dos puntos por encima de él. Te voy a decir lo que vamos a hacer. Voy a ser extraordinariamente considerado contigo y te voy a dar cinco minutos para que pienses sobre lo que de verdad deseas. Me voy a meter en mi cuarto y, cuando vuelva, quiero ver aquí o a mi nueva mascota o a nadie. ¿Entiendes? O lo tomas o lo dejas. Si no estás de acuerdo, no pasa nada: toma tu ropa, tu calzado, tus niñerías y te largas. No te preocupes por las fotos que te he hecho; si decides irte tienes mi palabra de que las eliminaré justo en momento que atravieses la puerta, te lo aseguro.

Momentos más tardes, el piloto se fumaba un cigarrillo mientras miraba el caótico tráfico de Quito a través de la ventana.

– Siempre la misma historia, hay que ver cómo les gusta el teatro a estas putitas… – murmuró para sí en su idioma natal.

Antes de la cuarta calada, su nueva mascota atravesó sumisa el dintel de su habitación. Elainne llevaba la boca el último complemento que faltaba para culminar su transformación física en una fiel y obediente mascota humana.

– Nunca he visto a un felino andar a dos patas, gatita.

De inmediato la adolescente se arrodilló.

– Eso es, buena chica – dijo Karl muy complacido. Y dando unos golpes sobre el colchón lanzó su primera orden a su nueva mascota – . ¡Ven, Elainne, ven! ¡Sube, bonita! ¡Vamos a jugar!


CAPÍTULO 3:

Karl manipuló la cámara de vídeo, colocando el trípode en la posición adecuada junto a la cama. En el visor aparecía una perfecta panorámica del cuerpo de una Elainne que, completamente metida en su papel de mascota sumisa, ofrecía una nítida panorámica de su orto virgen a su dueño. Colocada a cuatro patas sobre el colchón, la chica miraba de reojo la impresionante foto a tamaño real de una exuberante hembra desnuda. Le resultaba familiar, pero en ese momento tenía otras prioridades que atender.

– ¿Estás lista?

– Sí.

– Al principio te resultará molesto colocarte la cola, pero pronto te acostumbrarás a ella. Es más, estoy seguro de que incluso la echarás de menos cuando no la tengas inserta ahí.

– “I guess”. – Dijo la joven intentando, sin conseguirlo, parecer segura de sí misma.

– Creo que tengo alguna por ahí algo más estrecha para empezar. Si quieres, la busco.

– N…no. Está bien así.

– Perfecto. Lo primero que tienes que hacer es relajarte, si estás tensa lo más fácil es que te duela. Te costará insertarla las primeras veces, deberás tener un poco de paciencia.

– Vale.

– Es muy importante lubricar el esfínter bien. Para ello te aconsejo que al principio utilices ese gel de ahí. Suelo tener tubitos por los cajones, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

– Con el tiempo podrás utilizar la saliva o incluso jalártelo por detrás sin utilizar nada. Te encantará, ya lo verás.

– ¿Y por qué por el culo y no por… ya sabes?

El aviador sonrió ante la bisoñez de la muchacha.

– Es una buena pregunta. Hay mascotas humanas de ambos sexos y culo tenemos todos, ¿comprendes?

Elainne asintió mientras miraba curiosa el apéndice fálico que, en unos momentos, iba a alojar en su intestino.

– Deberás llevarlo siempre que estés en mi casa, al igual que el resto de los complementos. Obviamente me gustaría que lo llevases siempre, pero, para mi desgracia, eso es imposible.

– ¿Y… si quiero hacer… ya sabes?

– Pues te lo quitas, haces lo que tengas que hacer y luego te lo vuelves a colocar. Sencillo, ¿a qué sí?

– Sí.

– De igual modo deberás pintarte los labios y un poco de maquillaje nunca está de más. En el baño tienes todo lo suficiente, no debes preocuparte por eso.

– Vale.

– ¿Alguna pregunta más antes de comenzar?

– No, bueno…sí…

– Dime.

La joven miró directamente a los ojos de su nuevo dueño.

– Va a… dolerme, ¿verdad?

El hombre no quiso engañarla y le habló con franqueza:

– Sí. Es una cola para mascotas ya iniciadas. No es lo más aconsejable comenzar con una tan gruesa – dijo él acariciándole el lomo dulcemente – . Lo vas a pasar mal los primeros días con esto ahí dentro. Si quieres, utilizamos otra más pequeña. No es mi intención que sufras con todo esto Elainne, sino que, cuando tu periodo de adiestramiento concluya, disfrutes tanto o más que yo siendo mi mascota.

La joven apretó los puños y respiró profundamente. Acto seguido, arqueó la cadera con gesto felino y suplicó decidida pero muy avergonzada al mismo tiempo:

– Adelante, por favor.

El adulto extendió una generosa capa de lubricante por el torpedo plástico y dirigió su punta hacia el esfínter anal de la muchacha. Cuando estaba a punto de profanarlo se lo pensó mejor:

– ¡Qué diablos! – Murmuró.

Sin encomendarse a nadie, estampo su lengua en tan oscuro agujero y comenzó a juguetear con él.

– ¡Ah! – Masculló la joven.

Ella se sorprendió al notar el intruso carnoso llamando a las puertas de su trasero. Tenía asumido que sería un objeto rígido e impersonal el que la iniciase en el tortuoso camino del sexo anal en lugar de una lengua lubricada y suave como era el caso. Su vulva agradeció el cambio de planes expulsando otro borbotón de jugo vaginal.

La joven cayó en la cuenta de que la lengua de su amado iba a penetrar antes su orto que su boca y eso la turbó. Mientras el apéndice bucal lamía su ojete, pensó que debería haberse aseado de manera más eficiente pero ya era tarde para eso. Si en su entrada trasera había algo indebido, la lengua de Karl ya se lo había llevado por delante durante su recorrido frenético.

Como buena mascota, sumisa y obediente, decidió someterse y dejarse hacer.

El estado o la limpieza del culo de Elainne al piloto le fue indiferente. Estaba acostumbrado a torear en peores plazas. Lamió, chupó y sorbió todo lo que hizo falta para que a aquel estrecho agujerito fuese cediendo poco a poco a su tratamiento intensivo. Cuando logró introducir la punta de la lengua en el esfínter ya todo fue más fácil; después, sólo era cuestión de ir dilatándolo mediante arremetidas firmes y más o menos rápidas en diferentes ángulos de ataque. Era un experto devorador de culos.

Elainne había roleado muchas veces con desconocidos la práctica del sexo anal. En modo virtual no tenía problemas en consumarlo, pero siempre había tenido muchos reparos en profanar su orto en la vida real. Fingía hacerlo con lujuria y desenfreno mientras su compañero de rol se masturbaba, pero en realidad nunca había consumado penetración alguna. Su ano, al igual que su vagina, permanecían vírgenes hasta ese día.

Con los ojos cerrados, Elainne quería morirse, pero no de dolor, como había presupuesto, sino de gusto. Los sonidos guturales que su garganta emitía bien podían asemejarse al ronroneo de una gatita en celo. Lo que le hacía Karl la estaba volviendo literalmente loca. Solía masturbarse mucho, sobre todo desde la llegada de su nuevo vecino, pero sus tocamientos consistían básicamente en frotarse el clítoris bajo las braguitas mientras se estrujaba los pechos con relativa brusquedad. Rara vez se aventuraba a introducir alguno sus dedos en su vulva por temor a dilatarla más de lo debido y, por supuesto, su entrada trasera había sido siempre vetada a la hora de darse placer al considerarlo algo sucio e impropio de una señorita de familia católica a pesar de que había renunciado a sus creencias religiosas.

Cinco minutos de tratamiento lingual de Karl bastaron para demostrarle lo equivocada que estaba y lo tonta que había sido hasta ese momento: jugar con su ano era algo maravilloso.

De repente, Elainne sintió cómo la lengua traviesa dejaba de explorar su intestino y cómo una sustancia fría y gelatinosa caía generosamente sobre su esfínter reblandecido. Supo entonces que había llegado el momento de completar su transformación felina.

– Vamos allá. – Dijo él.

La joven arqueó todavía más la cadera. Recordó los consejos recibidos e intentó relajarse con relativo éxito. Aguantó la respiración mientras el objeto fálico fue introduciéndose poco a poco por su puerta trasera. Sintió cómo sus carnes se abrían y sus entrañas se iban reorganizando conforme el intruso horadaba su intestino milímetro a milímetro. El extremo del objeto era cónico, con lo que facilitaba su introducción, pero también se iba engrosando conforme la penetraba; llegó un momento que la asimilación ya no le era tan placentera como al principio.

– ¡Ahg! – Protestó la muchacha.

– Aguanta, gatita. Ya falta poco. – Mintió el adulto.

Como había predicho Karl, el plug anal era demasiado grande para un orto primerizo como el de Elainne. Aun así, él estaba decidido a poner a prueba a la joven y a no detenerse a menos que ella lo suplicase con insistencia. Es más, estaba tan excitado contemplando el dolor ajeno que no estaba seguro de poder actuar de manera correcta si llegaba el caso. En realidad, lo que deseaba era agarrar el dildo con fuerza, clavárselo de un golpe y retorcérselo muy adentro para que su nueva mascota aullase de puro dolor, pero contuvo sus bajos instintos y siguió perforando sin detenerse, con relativo cuidado.

– ¿Qué tal vas?

– E… escuece un… poco…

– Un poco más, ya casi está.

Fue la propia chica la que buscó consuelo de manera intuitiva y desplazó su mano hasta su sexo. Comenzó a masturbarse realizando movimientos circulares en su clítoris con suavidad.

Ese gesto, tan natural como inocente, no agradó en absoluto a Karl. La joven tenía mucho que aprender. Elainne desconocía que una mascota no podía tocarse cuando ella quisiera sino cuando su dueño se lo ordenase así que le introdujo el resto del cipote de látex de un golpe a modo de castigo.

– ¡Ay! – Protestó la chica abriendo los ojos de par en par por el intenso escozor en el interior de su orto.

– Ya está. ¿Todo bien, gatita?

– Sssí.

– Buena chica. –Dijo él acariciándole el costado al tiempo que separaba la mano de la adolescente de su vulva – . No debes tocarte si yo no te lo ordeno, gatita.

– Va… vale. – Gimió ella comprendiendo el castigo.

El hombre se incorporó de la cama y volvió a la carga con la cámara de fotos. Los primeros planos de las partes más íntimas de Elainne se sucedían uno tras otro, en especial la larga cola que salía de su orto, su coño impregnado de tegumento blanquecino y sus generosas tetas bamboleándose libremente por la postura sumisa.

– Al principio tendrás la sensación de que te haces cacas, pero no es más que una impresión. No suele pasar.

– E… entiendo.

– ¡Mírame, gatita, mírame! Eso es, estás preciosa. ¿Por qué no sonríes?

– Me… me duele un poco. Arde.

– Eso es normal. En unos días te acostumbrarás. Abre un poco más las piernas. ¡Así no, más despacio! ¡Más despacio!

– ¡Oh, no!

El movimiento brusco y la falta de entrenamiento hicieron que la colita saliese disparada del lugar designado. Elainne estaba desolada por su falta de habilidad.

– Te lo dije. Tienes que moverte más despacio, sobre todo al principio. Cuando te acostumbres corretearás por ahí sin ningún problema.

– Lo siento.

– Es tu primer día, hay que tener paciencia.

– Y ahora… ¿qué hago?

– Pues… metértela de nuevo, obviamente.

– ¿Yo?

– Pues claro. Deberás transformarte tú misma. Yo puedo ayudarte al principio, pero tendrás que aprender a colocarte el arnés, la colita y todo lo demás por tus propios medios.

– “I guess”.

– Venga. Adelante, te haré fotos mientras lo haces, es verdaderamente excitante. Ábrete bien el trasero e introdúcelo con cuidado. Ya lo tienes dilatado y lubricado, no debería costarte mucho.

Elainne agarró el consolador de látex y de manera decidida lo dirigió de nuevo hacia la entrada de su intestino.

– Espera. ¿No pretenderás metértelo así?

La joven miró a su recién estrenado dueño algo extrañada.

– Sí. ¿No está bien?

– No, no. Gatita. No está bien.

– ¿Qué estoy haciendo mal?

– Debes limpiarlo siempre antes de volver a metértelo. No es higiénico si se ha caído al suelo, por ejemplo.

– ¿Limpiarlo? ¡Ah, vale! – Dijo la joven tomando una de las ropas de cama.

– ¡Alto! Si lo que pretendes es limpiarlo con mis sábanas, ni lo sueñes. Te arrancaré la piel a tiras si lo intentas.

La chica se encogió de hombros.

– Entonces iré al baño.

– Na, na… los felinos no utilizan el baño, Elainne.

– ¿Entonces? – Preguntó la chica cada vez más desconcertada.

– ¿De verdad no sabes cómo limpian los gatos su cola? – Rió él.

La adolescente miró a su anfitrión, boquiabierta.

– No… no pretenderás que…

– Yo no pretendo nada. Las cosas son como son. No pienses, simplemente obedece. Sólo cuando actúes tal y como lo hace un gato serás una buena mascota.

Ella contempló asqueada los fluidos malolientes que manchaban el apéndice gatuno.

– ¡Hazlo! – Gritó Karl golpeando con fuerza el colchón.

Elainne se sobresaltó ante el nuevo cambio de humor del adulto. Asustada, no pensó, sólo actuó y se metió la polla de plástico en la boca. El sabor era si cabe todavía más terrible que el olor que desprendía. Tuvo que apretar los párpados para contener la arcada y las lágrimas volvieron a hacer acto de presencia mojando su cara. Aterrada, recorrió con su lengua todos y cada uno de los rincones del pene sintético mientras Karl no se perdía detalle tras la cámara de fotos.

– Eso es, eso es gatita ¿ya está limpia tu cola?

Elainne asintió sin sacarse el dildo de la boca.

– Pues entonces, adelante, gatita. Colócala de nuevo en su sitio.

La joven volvió a ponerse en posición, proporcionando una visión nítida de su intimidad a su dueño. Estaba nerviosa y aterrada por la actitud severa del macho, pero también muy excitada al sentirse dominada de aquella manera tan firme. Los nervios le jugaron una mala pasada, fue mucho menos cuidadosa de lo que él lo había sido momentos antes. Se jaló el plug sin anestesia, en tres o cuatro golpes solamente. Cada arremetida iba acompañada de un desgarrador grito de dolor, pero no cejó en su empeño hasta sodomizarse por completo. Minutos más tarde su intestino estaba de nuevo ocupado por aquel cuerpo extrañó.

Elainne meneaba el trasero intentando acostumbrarse a la presencia de aquel curioso artefacto en su interior.

– Muy bien, muy bien. Eso es. Ahora es cuando puedes tocarte y no antes.

– ¿Quieres que…me masturbe?

– Exacto. Debes hacerlo sólo cuando yo te lo diga, ni antes ni después. ¿Entendido?

– Y… ¿y si no tengo ganas?

El fotógrafo dejó de disparar por un instante y la miró con aire resignado:

– ¿De verdad tengo que contestar a esa pregunta, Elainne?

– N… no. Lo haré siempre que me lo pidas, lo comprendo.

– Bien, hazlo ahora. Espero por tu bien que no se te caiga la colita.

Si a Elainne ya se le hacía duro posar semidesnuda delante de una cámara, tener además que masturbarse se le antojaba una tortura tremenda. Imaginaba a montones de babosos pervertidos frotándose la verga viendo sus fotos, pero la adolescente llegó a la conclusión de que, una vez uno cae en el barro, rebozarse un poco más en él carece de importancia. Entregada a la causa, se colocó de nuevo en posición y, con sumo cuidado para que el intruso que ocupaba su ano no volase, comenzó a darse placer como hacía en la intimidad de su cuarto sólo que esta vez delante de un objetivo indiscreto. Esta vez optó por una variante más ambiciosa ya que, además de pulir su botoncito de placer, decidió saltarse sus propias normas e introducirse un dedito por la vulva.

– ¡Agggg! – Gimoteó mientras retorcía el dedo en su interior.

Tal era el gozo producido por la doble penetración que se olvidó de todo: de la imbécil de su sobrina; de esa zorra de lengua de serpiente a la que antes consideraba su hermana; de su controladora madre; de su hermano sobreprotector y de su papá siempre ausente. Pero es que su grado de abstracción era tal que inclusive se olvidó de su condición de mascota, de la cámara de fotos, de la cámara de vídeo e incluso del propio Karl.

Mientras se masturbaba, el universo de Elainne se circunscribía a sus dedos, las contracciones de su vagina y a ese nuevo y agradable compañero de juegos sexuales en el que se había convertido su ano.

Tan absorta estaba en darse placer que no se percató de la cercanía de Karl amenazando retaguardia. El aviador se había despojado de su toalla y blandía en una mano su garrote totalmente erecto en actitud hostil. Sólo tuvo que colocarse en posición, apuntar y empujar levemente para hacer añicos el virgo de la lolita. La excitación, la lujuria y sobre todo las ganas de obtener placer de Elainne hicieron el resto. Karl estaba eufórico por la total predisposición de su jovencísima amante por ser iniciada. Le fue tan sencillo desvirgarla como introducir un cuchillo en la mantequilla. La chica sólo fue consciente de lo que le sucedía cuando ya era tarde, cuando el cipote erecto arrastró sus flujos hacia el interior y la llenó de carne de un solo golpe, cuando ese tesoro guardado celosamente durante años le fue robado en un segundo.

El alarido que expulsó la boca de Elainne al convertirse en mujer fue tremendo, estalló al sentirse colmada de verga hasta lo más profundo de su ser.

El adulto tomó el mando de las operaciones y, agarrando de las caderas a la chica con firmeza, permaneció quieto dejando que el vientre de la muchacha se fuese acostumbrando poco a poco al tamaño de su verga. Cuando notó que la vagina se adaptaba al intruso, comenzó a bombear en su interior sin brusquedad, gustándose, deleitándose con la estrechez de la vagina de Elainne.

Karl sabía lo que hacía, había repetido esa misma maniobra un buen puñado de veces y siempre con éxito. Era consciente de que iniciar a una tierna jovencita era algo más morboso que placentero. Él personalmente valoraba más la experiencia en las adolescentes con las que había compartido cama que el hecho de que fuesen vírgenes. Tenía la convicción que estrenar a una chica era siempre excitante pero también arriesgado ya que, si se hacía de manera precipitada, se corría el riesgo de convertir un momento inolvidable en una auténtica pesadilla. Además, era muy consciente de que el tamaño de su falo tampoco ayudaba para las maniobras iniciáticas. Lo que luego resultaba una auténtica bendición para las mujeres expertas podía ser, en un primer momento, una tortura difícil de soportar para una primeriza pero la extraordinaria facilidad para lubricar de Elainne y, sobre todo, su increíble predisposición para la monta, disiparon todos sus miedos y se dispuso a disfrutar de la cópula plenamente cuando comprobó que la muchacha asimilaba su falo sin problemas.

Karl se la folló sin miramientos, como si fuese una más de sus mascotas. Puede decirse que disfrutó con ella como jamás lo había hecho con una virgen.

Con los sentidos alterados por las hormonas, las sensaciones se sucedían aquella tarde en la cabeza de Elainne una tras otra con extraordinaria intensidad: primero, miedo; después, escozor al saltar su himen por los aires; tras él, dolor, mucho dolor; después calor, mucho calor y para finalizar… un torrente de placer desbocado.

Elainne no dejaba de gritar mientras balanceaba su ser en busca de más y más verga. Por más que tuviese dentro, toda le parecía poca.

– ¡Eso es! ¡Muévete, gatita! ¡Muévete! –

Karl notaba las paredes de la vagina primeriza constriñendo la punta de su falo, tanto al entrar como al salir en ella, y eso le volvía loco. Aun así, tuvo la precaución de no ensartarla por completo; sabía que el tamaño de su verga era lo suficientemente grande como para poder dañar seriamente a la chiquilla. Pese a ello, le endosó algunas estocadas realmente severas que hubiesen hecho pasar un mal rato a más de un coño veterano.

Elainne chillaba como si estuviera pariendo, la lujuria la consumía por dentro. Cualquier tocamiento previo durante su corta vida, por intenso que hubiera sido, se quedaba en nada comparado con lo que Karl le estaba haciendo sentir en ese momento. El calor que desprendía su vulva con aquella serpiente dentro era adictivo, pero no se conformaba, quería más y estaba dispuesta a todo por incrementarlo así que contorsionó su cadera en busca de una mayor porción de verga que meterse. Se retorció y pugnó contra su cuerpo hasta que la polla tocó fondo, pero la victoria tuvo una consecuencia funesta: dejó de tener el control sobre su otro agujero.

– Se… se sale. – Gimoteó al notar como la colita abandonaba su orto sin poder hacer nada por evitarlo.

– ¡Aprieta fuerte el culito, gatita!

– No… no puedo.

– ¡Sí puedes!

– No…, se sale, se sale… – Gritaba Elainne desesperada al notar cómo su cola se desprendía poco a poco.

El hombre decidió tomar partido y, presionando el consolador con fuerza contra el orto de la joven, le dio un sonoro cachete en el trasero.

– ¡Cierra el culo, gatita! No dejes que se escape tu colita.

– ¡Ahg! –Chilló Elainne al sentir de nuevo su intestino ocupado.

La joven estaba decidida a no volver a decepcionar a su dueño. Haciendo un esfuerzo supremo, comprimió su esfínter con todas sus fuerzas y logró mantener la cola en su interior mientras Karl se la follaba con dureza. Los orgasmos se sucedían uno tras otro, ella gritaba, la cama crujía y el cabecero martilleaba con fuerza la pared como tantas y tantas veces, pero la cola no se movió de su lugar asignado.

La escena que transcurría en la habitación era exactamente tal y como la chica había imaginado, pero con una sustancial diferencia con respecto a las anteriores ocasiones: Elainne se encontraba esta vez en el lado correcto de la pared.

Cuando le apeteció y no antes, el macho terminó en el interior de Elainne sin avisar. Rellenó su vagina con su simiente caliente, expulsando descontrolados chorros de esperma. Después, ambos amantes permanecieron tumbados uno junto al otro hasta que sus corazones alcanzaron un ritmo compatible con la vida.

Minutos más tarde, recostada sobre el pecho de Karl, Elainne jugueteaba con los pelos del pecho del maduro piloto. Todavía notaba cómo el esperma abandonaba su vulva poco a poco y cerraba las piernas para retenerlo dentro.

– Tenías razón.

– ¿A qué te refieres?

– Casi ni la noto ya. Me refiero a la cola.

– Eso está muy bien.

– ¿Qué tal he estado? – Preguntó inocentemente.

– Has estado fantástica y más teniendo en cuenta que ha sido tu primera vez.

La joven torció el gesto.

– ¿Tanto se me ha notado?

– Sí – rió Karl – . Pero como te digo lo has hecho fenomenal.

– Entonces… ¿podré volver? ¿Podré ser tu mascota?

– Por supuesto. Ahora este es tu hogar también. Puedes entrar siempre que quieras. Si buscas en la tierra de la planta del rellano encontrarás una llave. Puedes disponer de la vivienda cómo y cuándo te dé la gana.

– ¿De verdad? – Dijo la joven con la mirada encendida.

– Claro. Siempre y cuando no olvides ciertas normas.

– ¿Normas?

– Mientras estés en esta casa eres mi mascota y deberás actuar como tal.

– Entiendo. ¿Significa eso que tendré que llevar el disfraz y todo lo demás?

– Exacto.

– Incluida la cola.

– Por supuesto.

– ¿Incluso cuando tú no estés?

– Por supuesto. ¿Alguna pregunta más?

– ¿De verdad que vas a pasar mis fotos a tus amigos?

– Sí. Como te dije, les vas a encantar.

La adolescente se estremeció, pero no dijo nada.

– ¿Quién es ella…? – Dijo señalando a la bella mujer de la foto que parecía mirarla directamente con ojos desafiantes.

– ¿Ella? Es Doutzen, mi esposa.

Elainne suspiró. La noticia no le pilló de sorpresa, había visto el aro de oro en el dedo anular de su amante. Un helado escalofrío recorrió su espalda.

– Es muy hermosa. Creo que la conozco, pero no estoy segura.

– La conoces de espiarle cuando sale de este apartamento con Hanna, su mascota.

La chica no supo qué decir. Finalmente, preguntó:

– ¿Desde cuándo sabías que te espiaba?

– Desde el primer día que entré en esta casa. Creo que cuando tienes un orgasmo no controlas mucho tu garganta, gatita.

– ¡Jo! – Protestó la adolescente, muerta de vergüenza – Entonces, ¿la chica pelirroja es… su mascota?

– En efecto. Hanna es suya, le pertenece.

– ¿Y la comparte contigo?

– Por supuesto. Las mascotas pueden compartirse con quien quiera su dueño.

Esa frase dio mucho que pensar a Elainne.

– Entiendo.

La joven demoró algo más su siguiente pregunta. Recorrió con el dedo el torso desnudo del de hombre hasta que se decidió:

– ¿También lo harás conmigo?

– ¿A qué te refieres? – Preguntó él, haciéndose el tonto.

Aquella era una pregunta crítica que, tarde o temprano, toda mascota humana terminaba haciendo a su dueño.

– Si me compartirás con otros.

Karl demoró la respuesta.

– Todavía es un poco temprano para pensar en eso…

– Lo harás, ¿sí o no?

Él respiró profundamente antes de contestar. Recordó que una de las obligaciones de un buen dueño era ser siempre sincero con su mascota. Si sus anteriores relaciones con sus mascotas no habían sido del todo plenas siempre había sido por su falta de sinceridad con ellas.

– Sí. Lo haré.

Esta vez fue el estómago de Karl el que se comprimió hasta alcanzar el tamaño de una nuez.

– Si es lo que quieres, está bien. – Sentenció la joven pasados unos segundos apretándose todavía más al adulto.

Elainne se relajó y con la cabeza apoyada en el torso de Karl buscó un sueño reparador.

– Estoy agotada. Despiértame a las siete y media, por favor. A las ocho llegará mi mamá.

– Muy bien, pero ¿qué se supone que vas a hacer?

– Bueno… ¿dormir un poco?

– Me parece genial, pero hay un problema.

– ¿Qué cosa?

– Las mascotas no duermen en las camas.

– Entonces, ¿dónde duermen?

– Sobre una mantita, a un lado de la cama.

– ¡Increíble! – Murmuró la muchacha.

– ¿Qué has dicho?

– ¡Nada, nada!

La adolescente se incorporó, miró al hombre muy confundida, abrió la boca y… finalmente abandonó el lecho, resignada.

– No veo ninguna manta.

– No sabía que iba a tener una nueva mascota. Lo siento.

– ¿Entonces? ¿Tengo que dormir en el suelo?

Karl se rió abiertamente.

– ¡Jo! ¡No sé para qué pregunto!

Minutos más tarde el maduro aviador miraba embelesado el cuerpo de joven que, agotada de tanto exceso, dormía acurrucada sobre el parquet. El apéndice que había ocupado su orto se había desprendido de su trasero, cosa habitual cuando las mascotas duermen.

– ¡Qué hermosa es! – murmuró para sí con ternura mientras se deleitaba recorriendo sus curvas con la mirada – . Es la mascota más bella que jamás he tenido. Es perfecta, salvo en una cosa: jamás he visto una gata que se muerda las uñas.

Pensó en hacerle unas fotos, pero prefirió cubrirla con el edredón y dejarla descansar dulcemente. Se lo había ganado.

CONTINUARÁ...

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