"LA MASCOTA 2 DE 4" POR Kamataruk


–           ¿Se puede saber lo que sucedió ayer en casa del nuevo vecino?

A Elainne le cambió el color y a punto estuvo de orinarse encima ante la pregunta directa de su mamá. Hasta el escozor que tenía en el trasero desapareció de repente.

–           ¿Qué quieres decir?

–           Elainne, ya no eres una niña, sabes perfectamente de qué hablo.

La joven se creyó perdida. Aterrada, prefirió callar en lugar de confesar.

–           Me ha dicho la señora Julia que el espectáculo que dio ese… depravado ayer tarde fue tremendamente escandaloso.  Por lo visto la viciosa que lo acompañó lo pasó estupendamente, la vecina escuchó desde el primer piso sus chillidos mientras hacían… eso. ¡Si está casado, válgame Dios! ¡Qué degenerado! Dice que no pudo verlos salir, que seguramente bajaron directamente hasta el garaje por el elevador y que salieron de allí a la calle con ese impresionante carro de cristales tintados que maneja ese malnacido.

La chica suspiró aliviada, pero estaba segura de que, de llevar braguitas bajo su falda colegial, las hubiese mojado.

–           Yo no escuché nada.

–           ¿En serio? No me mientas, jovencita. Ya digo yo que tanto jugar videojuegos te va a dejar sorda.

–           Lo digo de verdad, mami. Me coloqué los auriculares y me puse a estudiar en la cocina. No salí de ahí en toda la tarde.

–           ¿Estudiando? Eso está muy bien, cariño. Ah… por cierto, hablando de salir. Todavía no entiendo muy bien cómo olvidaste la llave al ir a deshacerte de la basura. Eres un auténtico desastre, no sé dónde tienes la cabeza.

–           Pues no sé… sucedió, ya sabes…

–           Sí, ya sé. Algún día olvidarás incluso ponerte la ropa interior, ya lo verás.

Elainne casi se atraganta al escuchar aquello.

–           Fue una suerte que yo llegase justo en ese momento, ¿no crees?

–           Así es, mami.

La joven se acercó a su mamá y le dio un fuerte abrazo.

–           Eres mi ángel de la guarda, mamá.

La mujer sonrió. No era muy habitual que su hija pequeña se comportase con ella de una manera tan afectuosa.

–           Eres una lianta, siempre me engatusas con tus abrazos.

–           Te quiero mucho, mamá.

–           Yo también te quiero, hija. Pero escucha una cosa muy importante…

–           Dime…

–           Ni se te ocurra acercarte a ese depravado, ni le mires siquiera, ¿me has oído?

–           Sí, mami.

–           ¿Me lo prometes?

–           Te lo prometo. – Le contestó la joven mirándole a los ojos sin titubear.

–           Eso está muy bien. Ahora vete a la cama y no te quedes a despierta hasta tarde. Dice tu hermana que tonteas con muchos de la red, que incluso muestras y todo…

–           ¡Eso no es cierto! – Protestó Elainne muy molesta. ¡Yo no muestro nada!

La joven estuvo a punto de llorar. Siempre que tenía alguna muestra de afecto hacia su madre esta decía o hacía algo que la hería.  Se sentía rechazada muchas veces por ella, como si la hiciesen culpable de que su papá les hubiese abandonado.  También le enojaba muchísimo que fuese su propia hermana o su sobrina, sangre de su sangre, las que fuesen contando mentiras sobre ella constantemente.  Decían que Elainne andaba siempre con muchos chicos, que tenía sexo con todos ellos, que era una chica tremendamente fácil y que incluso había alternado con hombres casados a cambio de dinero.  Obviamente nada de eso era cierto. Elainne era una chica sensible y más bien tímida. Había tenido sus experiencias, como es lícito en una adolescente de su edad, pero nada más allá que algunos tocamientos y besos, al menos hasta que se cruzó en su vida su nuevo y misterioso vecino.

–           Bueno, pues que no me entere yo que lo haces.

Derrotada, la joven se encerró en su cuarto con las lágrimas brotando de sus bellos ojos. Era cierto que había mostrado sus senos un par de veces y que inclusive practicó cibersexo con alguien mayor que ella a través de la cámara de su celular, pero sólo fue una vez y ya hacía tiempo de ese desafortunado desliz. A comparación de la mayoría de sus conocidas, Elainne era una auténtica santa.

Sólo al acordarse de Karl se sintió mejor.  Como acto de rebeldía y en respuesta a las palabras de su mamá, se introdujo en la cama totalmente desnuda y, al masturbarse, estimuló su trasero con intensidad. No quería que por nada del mundo la colita se le cayese de nuevo.  Estaba decidida a darles a las otras hembras de su familia una buena razón para escandalizarse: convertiría todas aquellas habladurías que esas brujas chismorreaban en realidad convertida en la mascota de su vecino.

Y muchísimas más.

– – – – – –

Karl estaba realmente encantado con los progresos de su nueva mascota. En un mes había pasado de una adolescente vergonzosa e indecisa frente a la cámara a toda una virtuosa del sexo oral. Era cierto que todavía le costaba acostumbrarse a la presencia del aparato de grabación, se ruborizaba muy a menudo frente a él mientras chupaba, pero, poco a poco, iba actuando con mayor soltura. También le daban arcadas cuando intentaba jalarse una proporción de pene mucho más grande de la que podía abarcar, pero, a grandes rasgos, podía decirse que su adaptación a su nueva condición de mascota humana estaba siendo realmente rápida. 

En lo relativo única y exclusivamente al sexo Karl no tenía queja ninguna: Elainne en la cama era algo increíble.  Ganas, actitud, aptitud y un cuerpo de escándalo; sencillamente tenía todo lo que cualquier hombre podía soñar en una amante.  En cuanto al resto de su adiestramiento progresaba adecuadamente, aunque cometía errores realmente notables, sobre todo a la hora de contener sus instintos.

–           Cada día lo haces mejor, gatita. –Aseguró Karl verdaderamente complacido.

Desnudo, sentado sobre el sofá, disfrutaba de una placentera felación por parte de su aplicada mascota.

–           Gracias, amo. – Apuntó Elainne, relamiéndose las babas tras sacarse el cipote de la boca.

–           No soy tu amo, soy tu dueño, que es diferente – le corrigió él – . El respeto no se demuestra con las palabras sino con los hechos. No tienes que llamarme de ningún modo especial cuando me hables. Esas cosas son innecesarias entre nosotros, ¿vale?

–           Vale.

–           Volviendo a lo que importa, le pones muchas ganas y eso es lo más importante, pero no olvides mirar a la cámara de vez en cuando y sobre todo sonreír.

–           ¿Así? – Dijo la joven agarrando el falo a modo de micrófono haciendo una parada antes de volver a la carga.

–           Eso es, que parezca natural. Estás preciosa con eso dentro de tu boca.

La chica sonrió, aun con el pedazo de carne entre los labios.

–           Gracias – dijo dándose un respiro – , pero todavía me da un poco de cosa… que gente que no conozco vean lo que hacemos.

–           Lo sé. Es cuestión de tiempo, te acostumbrarás. Los otros dueños están encantados contigo. Dicen que tengo mucha suerte de haberte adoptado como mascota.

–           ¿De verdad?

–           Si. Y yo también lo creo.

–       ¿Se los has pasado a muchos? Me refiero a los vídeos y las fotos…

–           Pues sí y no quiero mentirte: tienen muchas ganas de conocerte.

–           Entiendo.

La muchacha se turbó, todavía no se hacía a la idea de tener sexo con desconocidos y no se veía capaz de hacerlo, al menos todavía.  Se apartó un mechón rebelde de su cara para que nada se interpusiera entre ella y el aparato de vídeo y continuó chupando con ganas. 

–           ¡Uhmm! Eres prodigiosa con la boca…

Animada por el halago, quiso agradecerle el cumplido a su dueño poniendo en práctica lo aprendido. Utilizó su lengua para frotar la punta del glande con los ojos fijos en el objetivo mientras sus manos frotaban el falo con soltura. Después, lamió la totalidad del cipote de manera sucia sin olvidarse del escroto con una media sonrisa pícara y pervertida hacia la cámara.

Elainne había aprendido algunas de las preferencias del maduro aviador a base de chupar y chupar. Sabía que le encantaba ver cómo ella se metía por completo sus testículos en la boca y a la joven no le importaba hacerlo.  Es más, le parecía morboso mordisquearlos un poco; la cara de intranquilidad de Karl cuando esto sucedía le hacía mucha gracia.

–           ¡Uhm… qué delicia! Hazlo de nuevo, gatita.

La obediente mascota repitió la maniobra yendo un poco más allá. Su lengua inquieta dejó impoluto el saquito de piel e incluso se acercó peligrosamente a la puerta trasera del adulto para luego volver a trabajarse la verga con vigorosos bríos. Ni una arcada, ni un mal gesto, ni una duda… todo sonrisa y disfrute delante de la cámara.

–           ¡Madre mía, eres increíble!

A Elainne le avergonzaba bastante reconocerlo, pero era imposible negar la evidencia: pocas cosas le hacía más feliz en la vida que tener la verga de Karl en la boca.

Cuando descubrió el sexo oral en la red, unos meses atrás, le parecido algo sucio y asqueroso, pero desde hacía un tiempo, incluso antes de que aquel interesante aviador se cruzase en su vida, había crecido en ella la curiosidad por saber lo que se sentiría al juguetear con un pene en la boca, así como también probar el esperma masculino. Después de tragar eyaculación tras eyaculación le parecía algo realmente adictivo. 

En definitiva y, como en tantas otras cosas en su vida, hasta entonces su cabeza había sido un mar de dudas e indecisiones y el sexo oral no era algo excepcional.  La convivencia con Karl permitió satisfacer su curiosidad llegando a la conclusión de que sus prejuicios  no tenían fundamento y que usar la boca para dar placer era algo sumamente agradable tanto para el que lo da como para el que lo recibe.  

Sonaba sucio y poco amable, pero, después de probarlo, tenía asumido su condición de “chupa pollas” y estaba encantada con serlo.

Si su hermana o su sobrina se enterasen de lo feliz que era con la verga de un “viejo” como Karl entre los labios se tirarían de los pelos. Le dirían de todo y, por una vez, con toda la razón, pero lo que ellas opinasen le traía sin cuidado: le encantaba mamar.

Elainne podía estar horas enteras haciéndolo, chupando polla sin cesar y, a pesar de que tras las primeras sesiones de sexo bucal le solía doler la cara y el cuello, disfrutaba haciéndolo. De hecho, las dos últimas citas con el adulto las relaciones sexuales se habían limitado a eso, a trabajarle los bajos hasta dejarlos secos.  El hombre le pedía que lo hiciera aún con la verga ya flácida por las constantes descargas en su boca y ella le complacía con gusto, como la buena mascota que era.

Aun sabiendo que su técnica era lo suficientemente depurada como para satisfacer las necesidades de Karl, Elainne quiso ir todavía un paso más allá. Desacopló los labios de su chupete preferido, colocó su cara unos centímetros por encima de él y lo regó con la mayor cantidad de babas que le fue posible. Se lo colocó entre los pechos y los apretó entre ellos utilizando las manos.

–           ¿Qué vas a hacer? – Preguntó el hombre al contemplar el movimiento poco habitual de su acompañante.

–           Quiero… probar algo.

–           Sabes que no puedes hacer nada sin mi permiso.

–           Sí… déjame intentarlo, por favor.

–           ¿Algo que viste en los vídeos?

–           Sí…

–           Uhm… está bien. Pero que sea la última vez que haces algo sin que yo te lo ordene. Eso es impropio de una mascota. Puedes pedir lo que sea, pero siempre es el dueño el que decide qué se hace y qué no, ¿entendido?

–           Vale… –  dijo la chica babeando el cipote sin cesar mientras utilizaba sus pechos para masturbar al adulto – … te prometo que no lo haré más…

Dado el volumen de sus senos no le fue difícil dar placer a su dueño. Gracias a la lubricación de su saliva, el falo deslizaba con facilidad en el amplio canal formado entre ellos, apareciendo y desapareciendo una y otra vez.

–           ¿Se ve bien? – preguntó Elainne preocupada por el correcto encuadre de la cámara.

–           Perfecto. Usa la boca también.

–           ¡Sí!

A la chica le costó un poco compaginar el movimiento rítmico de sus pechos con la acción de su lengua y no dejar de mirar a la cámara.  Pero cuando lo consiguió el resultado fue espectacular. Tanto, que hasta entonces la férrea resistencia del macho quebró a los pocos minutos. Él aguantó todo lo que pudo, pero llegó un momento que ya no pudo reprimirse.

–           Quiero hacerlo en tu cara.

–           ¡Sí! – Dijo Elainne entusiasmada.

Había visto imágenes y vídeos sobre corridas en el rostro, pero nunca hasta ese momento había disfrutado de una. Karl siempre había escogido alguno de sus orificios para depositar su esperma.

–           Cierra los ojos y sonríe

–           ¿Abro la boca? – preguntó la joven recordando las películas y ofreciendo su rostro como diana.

–           No… no es necesario. Ya… ya sale.

–           Vale.

Apenas cerró la boca y un contundente chorro de sustancia caliente y viscosa estalló en el bello rostro de Elainne, alcanzando uno de sus párpados y su nariz. Tras él, otro algo menos contundente pintó su frente y cabello y un tercero, apenas un grumito blanco, fue directamente depositado en sus labios por el falo de Karl con una serie de golpecitos.

–           ¡Guau! Parece que te has meado encima de mí. – Rió Elainne.

–           Ahora límpiala, pero sin metértela en la boca. – Ordenó él.

–           Vale.

Elainne puso en marcha su lengua complaciente y, a ciegas, fue trasladando a su estómago los restos de simiente que manchaban el miembro viril del aviador.  Pese a estar cerrados, le escocían los ojos e inconscientemente llevó las manos a su cara para limpiárselos.

–           No hagas eso, nunca te limpies el esperma de la cara si yo no te lo digo.

–           Sí. – Dijo Elainne, entre lamida y lamida.

Fue el propio piloto el que, utilizando sus dedos, liberó los párpados de la joven de su esencia irritante.

–           ¿Ya?

–           Sí. – Apuntó Elainne tras un intenso parpadeo.

–           ¿Seguro?

–           Me… me escuece un poco, huele mucho a pipí.

Karl suspiró.

–           Anda, ve a lavarte la cara y vuelve aquí. ¿Pero qué haces? ¿Por qué te levantas? ¡Tienes que ir a gatas!

–           ¡Pero tú dijiste que anduviese! – Repuso Elainne sacándole la lengua.

–           ¿Te crees muy lista, verdad?

–           ¡Mucho!

–           Cuando vuelvas, te vas a enterar. – Amenazó el adulto mal fingiendo un enfado exagerado.

Pero ni siquiera él pudo contener la risa. El jolgorio y el movimiento hicieron que la joven se descuidase y su negra colita cayó al suelo.

–           ¡Oh, vaya! La cagué, nunca mejor dicho.

La expresión de asombro de su cara, todavía cubierta de esperma, mirando el complemento gatuno estuvo a punto de matar de la risa a Karl.

–           ¡Qué desastre de mascota! – Exclamó él llevándose las manos a la cara, con las lágrimas brotando de sus pupilas.



CAPÍTULO 5:

Elainne se pasaba las tardes en casa de Karl. Si el piloto estaba allí, se transformaba en su mascota sumisa y fiel. Además de adiestrarla en su adaptación al comportamiento felino, practicaban cuantos actos sexuales le apetecían al adulto; él se la follaba a su gusto, sin previo aviso, cuando y como quería.

Sentirse en cierto modo utilizada y sometida de esta forma a veces impersonal volvía loca a la joven. Ella, reprimida y vergonzosa por naturaleza, se había rebelado contra esa forma de ser haciendo precisamente todo lo contrario: no negándose a nada.

Elainne siempre estaba dispuesta a satisfacer a su dueño y eso le había permitido descubrir nuevos aspectos de su sexualidad que desconocía por completo. Si el piloto no estaba en casa, ella utilizaba habitualmente la llave escondida en la maceta del recibidor para acceder a la vivienda; tenía permiso para hacerlo cuando quisiera, como la mascota de cualquier hogar convencional.

Elainne sabía que, una vez dentro, debía dejar su aspecto humano y transformarse en gata. Lo hizo los primeros días, pero solía ser bastante perezosa en su día a día así que dejó de hacerlo cuando sabía que Karl no iba a aparecer por la vivienda. Le bastaba consultar la página web de su compañía aérea para enterarse de su plan de vuelo y actuar en consecuencia.

Más que el disfraz en sí lo que más incomodaba a la joven era el asunto del maquillaje: lo odiaba. En su vida normal jamás solía preocuparse demasiado por su apariencia. Es más, su aspecto habitual era más bien masculino y nada favorecedor para sus turgentes curvas. Vestía amplias sudaderas, pantalones vaqueros y calzado deportivo. Sólo en raras ocasiones, mayoritariamente obligada por su mamá, portaba faldas y vestidos femeninos más allá del uniforme escolar obligatorio. Esas ropas resaltaban sus pechos y sus deseables curvas y atraían sobre ella las miradas de los hombres, tanto jóvenes como no tan jóvenes, y eso le incomodaba.

Elainne detestaba que la gente se fijase en ella. Se creía un patito feo cuando en realidad era el más bello de los cisnes.

Las primeras tardes en la casa fueron de exploración exhaustiva. Revisó todo, absolutamente todo: cajones, armarios, estantes… incluso la nevera y el congelador. Todo. Deseaba conocer todos los detalles concernientes a su amo.  Olió su colonia, su pasta de dientes e incluso cometió la imprudencia de echarse su loción de afeitado. Luego tuvo que bañarse un buen rato hasta que pudo desprenderse de ese olor intenso a hombre que tanto le gustaba.  

Evocando sus tardes de sexo desenfrenado, Elainne se masturbaba por todos los rincones de la casa. A menudo utilizaba la ropa interior del adulto para acariciarse el sexo y la dejaba pringada de sus más íntimos jugos. Luego, la colocaba en su sitio de nuevo, con la esperanza de impregnarla de su olor y marcarla con el fin de ahuyentar a otras hembras que pretendiesen poseer a su dueño.

Elainne aprovechaba la soledad para fumar. Solía tomarse unos pitillos a escondidas de su madre o su hermano cuando salía de fiesta. En casa de su vecino podía hacerlo abiertamente, a él no le importaba pese a que no tenía ese vicio.

Durante la revisión de la casa no pudo acceder a una habitación al estar cerrada bajo llave, era la equivalente a la de su hermano allá en su hogar. Le intrigaba la puerta verde oscuro ya que constituía el único elemento de color de toda la vivienda decorada, a excepción de ese elemento, con tonalidades blancas, negras y grises. 

Le preguntó varias veces a Karl qué había tras ella, pero el anfitrión siempre aprovechaba su posición dominante para esquivar la cuestión.  

Sin duda lo que más atrajo la atención de Elainne de toda la casa fue el retrato de Doutzen, la esposa de Karl, con esa mirada penetrante observándola cuando fornicaba en la cama con su marido y, cómo no, la extensa colección de vídeos y fotografías de índole sexual que el adulto guardaba en el cajón del salón.

Cuando terminaba las tareas escolares el pasatiempo favorito de la joven era ver ese tipo de películas mientras se rozaba el clítoris con suavidad. Al principio visionaba mayoritariamente las suyas, intentando detectar los fallos cometidos a la hora de copular, pero después quiso ver el resto como método de aprendizaje.

Sencillamente… alucinó.

Había visto pornografía a través de la web; no mucha, porque normalmente la encontraba aburrida y repetitiva, pero lo que visionó en la fantástica pantalla de plasma del piloto era otra cosa, otro nivel.

 Había mucha variedad y cosas que ella jamás hubiese imaginado pudieran hacerse.

No todos los vídeos estaban protagonizados por Karl, aunque sí un porcentaje importante. Sintió algo parecido a celos al ver la cara de placer del hombre al disfrutar de aquellas impresionantes hembras de mil y una formas. Al verlas, corroboró algo que ya sabía por experiencia propia: Karl era un amante fantástico.

También había varios vídeos de Doutzen, su esposa; algunos con la pelirroja y otros no, pero siempre ejerciendo de dueña. Llegó a la conclusión de que la gigante tetona de cabello rojizo era la mascota de la esposa de Karl. Vio otras muchas filmaciones en las que aparecían una o varias personas de ambos sexos y de diversas edades transformadas en mascotas. Orgías grupales, sexo en el campo, intercambio… de todo; pero también escenas cotidianas de la vida real con poca o ninguna carga erótica en los que las mascotas humanas convivían en las casas comportándose como simples animales de compañía.

A Elainne le pareció curiosa la diversidad de edad tanto de las mascotas como de los dueños.  De sexagenarios a preadolescentes, pasando por hombres maduros, mujeres embarazadas o chicos y chicas de su misma edad. Le llamó poderosamente la atención que podía  suceder incluso que una jovencita tuviese como animal de compañía a un anciano o al revés. 

La chica se sintió un poco incómoda al descubrir a Karl sodomizando a un muchacho transformado en caballito alado, pero, tras visionar horas y horas de películas, llegó a la conclusión de que los dueños en general utilizaban a las mascotas única y exclusivamente para obtener su placer, sin que eso hiciese presuponer una tendencia sexual u otra: las mascotas eran poco más que meros juguetes sexuales y eso le turbó.

Elainne recordó las palabras de su adiestrador: “culo tenemos todos” ya que era precisamente por ahí por donde los dueños solían gozar de sus mascotas. Se preguntaba cuánto tardaría Karl en iniciarla por ese agujero ya que, hasta ese día, nunca le había sodomizado. Ya se había acostumbrado tanto a llevar la cola que pensó que no le causaría mayor problema albergar en su intestino el espléndido falo del adulto.

La adolescente también percibió la diferente forma de tratar a las mascotas por parte de los dueños. Cuando la mascota era la propia, las relaciones sexuales con ella eran intensas, pero se percibía cierto cariño, cierto afecto, algo parecido al amor puro que se siente hacia los animales. En cambio, cuando un dueño tomaba la mascota de otro, la cópula se trasformaba en un acto impersonal y frío, a veces incluso violento. Era sexo por sexo, duro, salvaje; sin ningún tipo de sentimientos. Follar por follar.

Eso le turbó al principio, pero luego le pareció muy pero que muy excitante imaginarse a sí misma siendo tratada de aquel modo.

También le intrigó el hecho de que las mascotas no mantuviesen relaciones entre ellas, salvo en raras excepciones. Las pocas veces que pudo observarlas siempre había una orden expresa de los dueños para que eso sucediese.

Otra de las cosas que maravillo a Elainne fue la diversidad.  Había mascotas de todo tipo, algunas de las caracterizaciones eran realmente notables.Ciertas transformaciones eran convencionales: perros, gatos, caballos, etc. Otras, más exóticas como conejos, monos, osos, tigres, leones y algunas realmente extrañas como gallinas, tortugas e incluso varios delfines, Unicornios y Pegasos.

Todas las mascotas eran diferentes, pero compartían una característica que los unía: una especie de tatuaje en la nalga derecha, una inicial mayúscula caligrafiada con letra antigua. Algunos parecían simples tatuajes, pero otros daban la impresión de estar marcados a fuego sobre la piel ya que parecían tener incluso relieve.

Los amos también tenían distintivo propio que los diferenciaba del resto: unas serpientes entrelazadas dispuestas en collares, pulseras, insignias o en otro tipo de objetos. La de Karl era una pulsera de oro pero también las había plateadas, adornadas con piedras preciosas como la de Doutzen o simplemente de plástico entre los amos más jóvenes.

Conforme fueron pasando los días Elainne se fue fijando más en la forma de actuar de las mascotas que el sexo en sí.  Karl ya se encargaba en instruirla en las mil y unas variantes del sexo, el hombre era todo un experto en la materia así que no se preocupó por eso. Observó cómo obedecían, cómo dormían, cómo comían, cómo esperaban órdenes y, sobre todo, tal y como le había dicho Karl, no hacían nada por iniciativa propia.

El mimetismo de algunas mascotas con los animales a los que representaban era extraordinario. Habían perdido su manera de actuar humana hasta tal punto que realizaban todas sus necesidades básicas como si fuesen animales. Comían, bebían, dormían igual que ellos.

Elainne pudo comprobar que no todo eran caricias, roces y sexo en las relaciones entre los dueños y sus mascotas.  Cuando estas actuaban de manera incorrecta según el criterio de los primeros, eran corregidas y castigadas incluso de manera cruel. Normalmente los dueños no tenían piedad con ellas y les infringían los castigos más extremos. Le impactó concretamente uno en el que Doutzen, la esposa de Karl, se ensañaba con las tetas de su bella mascota de cabellos rojizos.  Ese día averiguó qué se escondía detrás de la puerta verde y no pudo conciliar el sueño al llegar a casa.

Las primeras veces que visionó esos castigos eran de tal intensidad que tuvo que apartar los ojos de la pantalla, pero conforme iba acostumbrándose a verlos, ya no le parecían tan horrendos hasta el punto de que se convirtió en uno de sus pasatiempos favoritos. No podía evitar masturbarse al contemplarlos, su mano buceaba en su entrepierna, húmeda y caliente gracias al sufrimiento ajeno.

Una tarde, como tantas otras, Elainne llegó del colegio algo molesta. Su sobrina había vuelto a hacer de las suyas difundiendo rumores sobre su supuesta homosexualidad.  Ni siquiera fue a su casa, fue directamente a la de su dueño. Necesitaba evadir la mente y qué mejor que disfrutando del extenso catálogo de películas mientras fumaba un cigarro tras otro.

La pereza y el desorden eran algo inherente a la personalidad de la hermosa adolescente así que esa tarde optó por lo práctico una vez más. Le bastó consultar la página web de la compañía aérea del adulto como hacía siempre para saber que él no aparecería por la casa. Obvió transformarse en gata; ni siquiera se colocó la diadema con las orejas gatunas. No tenía tareas y tampoco esperaba la presencia de Karl, así que se colocó los cascos de música y se encendió un cigarrillo mientras se preparaba algo de comer. 

Ensimismada y canturreando su canción preferida sólo se dio cuenta de que alguien había entrado en la vivienda cuando una mano femenina le quitó los auriculares de su oreja.

–          ¿Lo pasas bien en mi casa, querida? – Le dijo una voz femenina con un marcado acento extranjero.

Elainne dio un salto tremendo y, al girar la cabeza, vio a la misma mujer que decoraba la pared de la habitación de Karl mirándola con indiferencia y, a su lado, el uniformado aviador con la cara descompuesta por la ira.

–            Vaya, vaya… ¿así que esta es la supuesta mascota modelo? ¡Qué decepción!

–           Yo… yo… –  balbuceó la chica sin saber qué hacer.

La diferencia de tamaño con la rubia le hacía parecer todavía más pequeña. Recordó sus películas y a lo que le hacía a aquella chica indefensa y se echó a temblar.

–           Pero ¿qué es esto? ¿Qué haces tú aquí? – Le gritó Karl muy enfadado.

–           Yo… yo… tú me dijiste que podía entran cuando quisiera. – Contestó Elainne a modo de excusa.

–           ¡Mientes! – repuso él con rabia – . Dije que MÍ mascota podría entrar en MÍ casa cuando quisiera y yo no veo a MÍ mascota por ninguna parte.  Sólo veo a LA hija maleducada de LA vecina de al lado dentro de MÍ casa bebiéndose MÍ zumo y comiéndose MÍ comida.

Elainne comprendió que había metido la pata al no cumplir con lo pactado. Una vez más su dejadez había vencido a su voluntad. La adolescente estaba aterrada, temblando como un flan.

–           Yo… lo siento…

–           ¡Fuera!

–           Pero…

–           ¡FUERA DE MÍ CASA!

La chica intentó negociar.

–           ¡Me… me lo pondré todo ahora mismo! Lo siento. Acabo de llegar de clase… tenía hambre…

–           ¡ME IMPORTA UNA MIERDA, FUERA!

Elainne se arrodilló buscando clemencia, pero estaba tan nerviosa que, al postrarse, el zumo salió por los aires junto con el resto de la vajilla que cayó al piso haciéndose añicos de manera estruendosa.

–           ¡Lo siento, yo! – Suplicó muerta de miedo.

–           ¡LARGO DE MI VISTA!

–           ¡No, por favor! ¡Por favor!

La chica estaba paralizada. No dejó de suplicar cuando Karl la alzó como si fuese una pluma durante el trayecto hasta la puerta de la casa; ni cuando este la lanzó sin la menor delicadeza al suelo del rellano; ni cuando el adulto tiró por encima de su cabeza sus utensilios escolares; ni cuando la puerta de la casa de su dueño se cerró fríamente de un portazo.

Elainne permaneció llorando, sentada en el suelo, llamando a una puerta que no se abrió. Cuando le sangraron los nudillos y con el alma rota se dirigió a la que ya no consideraba su casa. Cada gemido, cada chillido, cada golpe en la pared de su cuarto le suponía una auténtica tortura. No podía soportar volver a estar en el lado equivocado del tabique.

Cuando el sexo terminó, se sorbió los mocos y volvió de nuevo a espiar por la mirilla.  Su corazón se quebró un poco más cuando Karl pasó a su lado y ni siquiera le miró a pesar de que sabía que ella estaba allí. Iba conversando animadamente con su esposa, como si ella no existiese.

Cuando su mamá llego Elainne le dijo que estaba enferma, estuvo llorando toda la noche. Al amanecer, se enjuagó las lágrimas y contemplando su reflejo en el espejo tomó una determinación que le cambió la vida: marcó su nalga derecha con una K utilizando un cuchillo de cocina.



 CAPÍTULO 6:

Una semana después, Karl llegó a su casa de Quito realmente cansado. El vuelo había sido imprevisto, largo y complicado. No veía el momento de tomar cama.  Pero al llegar al salón cambió de opinión al ver lo que le esperaba: Elainne estaba más hermosa que nunca.

La mascota lo esperaba sentada sobre sus talones sobre el parquet cabizbaja y totalmente transformada. No le faltaba detalle: la cola inserta en el trasero, las orejitas en su sitio, las medias, las tiras de cuero realzando sus pechos… todo; absolutamente todo perfecto. Concretamente el maquillaje que llevaba era espectacular, iba mucho más allá que el simple pintado de labios, con otros detalles que realzaban su aspecto felino como largas pestañas que destacaban sobre sus párpados cerrados.

–           Hola.  – Dijo el hombre con frialdad.

–           ¡Miau!

–           Puedes hablar, sabes que eso no funciona así.

–           Ho… hola. –Dijo la chica sin alzar la mirada.

–           ¿Y esas pinzas en los pezones?

–           La… las encontré por ahí, pensé que te gustaría verme con ellas.  Lo vi en alguna de tus mascotas.

–           Entiendo, pero no hace falta que las lleves siempre. Son sólo para cuando no te portes bien.

–           No… no me porté bien. – Apuntó la joven compungida.

–           Eso es cierto.

–           Lo siento.

–           ¿Cuánto llevas así?

–           ¿Qué… qué hora es?

–           Las cinco y media.

–           Pues… pues como unas dos horas, más o menos.

Karl reconoció el esfuerzo de la joven. No era nada fácil aguantar aquellas pirañitas plásticas mordiendo las crestas de sus exuberantes senos durante todo ese tiempo.

–           Deben dolerte.

–           U… un poco.

–           Puedes quitártelas si lo deseas.

–           No – repuso la muchacha – . Estoy bien así.

El hombre sonrió de forma casi imperceptible. Debía ser duro con su mascota, pero aun así se le escapó un cumplido hacia ella.

–           Estás muy guapa.

–           Me alegro de que te guste. –Dijo la muchacha alzando la mirada.

–           ¡Oh! – Exclamó el adulto muy sorprendido.

Los ojos de Elainne habían mutado de su bonito tono marrón original a un inquietante color amarillo. La jovencita había trasformado su mirada gracias a unas lentillas con pupila felina y vertical. Incluso la muchacha se había pintado sobre el rostro los correspondientes bigotes gatunos y la punta de la nariz ennegrecida.

El mimetismo entre la chica y el animal que representaba era notable.

–           ¿Qué sucede, no te gusta?

–           S… sí, está muy bien.

–           La… las compre con el dinero de la Xbox que me regalaron. La vendí.

Aquel gesto desinteresado realmente conmovió al adulto. Sabía lo mucho ella deseaba tener esa consola de juegos.

–           Comprendo. Creí que te gustaba mucho.

–           No importa, el amo es lo más importante para una mascota… todo está bien.

–           El dueño. No soy tu amo, soy tu dueño.  Es importante que conozcas la diferencia.

–           Perdón. Tienes razón. Lo olvidé. Supongo que piensas de mí que soy una niña tonta.

El propietario de la casa tiró de su maleta hasta colocarse sobre la muchacha, acarició su cabello y después su cara, ella le correspondió buscando el roce de su bello rostro primero con la mano y con el pantalón después, como haría cualquier gato cuando su dueño llega a casa.

–           No eres ninguna niña tonta.

–           ¿Puedo ronronear?

–           Sí, eso sí.

–           ¡Grrrrggg!

–           Eso es, así está muy bien.

Después, él anduvo por el pasillo en dirección a su habitación con su mascota siguiéndole gateando. Cuando llegó, otra sorpresa todavía más impactante le esperaba.

–           ¿Co… cómo trajiste la arena?

–           E… en la mochila del colegio. He tenido que hacer varios viajes por el garaje para que la vecina no me viese. No he ido al cole, le dije a mamá que tenía la regla.

–           ¿Y el comedero?

–           Teníamos un perro que murió hace unos meses. No creo que mi mamá lo eche de menos.

–           La comida de gato no era necesaria. No puedes comer eso; enfermarías.

–           Yo… yo… yo no sabía qué hacer. Gasté lo que quedaba de la Xbox en eso.

Elainne se derrumbó:

–            Lo siento, de verdad; lo siento mucho. No sé qué hacer ni qué decir para que me perdones. Fui una estúpida, una estúpida desagradecida. Tú…  tú has sido bueno y amable conmigo y yo no he sabido corresponderte.

No había que ser muy perspicaz para saber que la chica estaba a punto de echarse a llorar. El adulto no se conmovió y, tras reflexionar un poco, le ordenó sin cambiar el semblante duro y frío.

–           Usa la arena ahora.

–           ¡Sí!

La chica pareció animarse, aquella era una orden que esperaba y eso le infundió ánimos.  Gateó hacia la arena no sin antes encender la cámara de video.  Se subió al montoncito de tierra y, arqueó la espalda abriendo las piernas levemente de manera que proporcionó al objetivo un nítido primer plano de la zona más íntima de su cuerpo.

Estaba muy nerviosa, pero, aun así, después de apretar y apretar logró que de su cuerpo saliese un considerable chorrito de orina sin que la cola saliese disparada. Era la primera vez que lo conseguía después de varios días entrenando en el arenero.

–           Mira a la cámara.

–           ¡Vale!

La chica se contorsionó logrando que todo quedase encuadrado a la perfección.

–           ¡Oh… Dios mío! – Murmuró el hombre al descubrir las cicatrices de su inicial en la nalga de la muchacha.

Elainne apretó los puños, pero no protestó cuando sintió el dedo de Karl repasar la marca de su trasero. La herida era demasiado reciente, le escocía bastante pero aun así aguantó el dolor pensando que ese gesto agradaría a su dueño.

–           No… no era necesario llegar a esto. – Dijo él.

–           Bueno… ¿te gusta?

El piloto asintió:

–           Me gusta, pero por favor no vuelvas a hacer algo así.

–           Lo que desees.

Elainne todavía quería ir más allá a la hora de demostrar su total entrega. Estaba dispuesta a darlo todo para no perder a su dueño.

–           Qui… quiero hacer… ya sabes… cacas.

–           Entiendo. No tienes que pedirme permiso para eso.

–           Lo sé. ¿Puedes quitarme la cola tú, por favor?

–           Sí.

–           ¡Tira fuerte!

–           No puedes hacer eso, no puedes exigir nada a tu dueño…

–           ¡Perdón!

–           Puedes pedir las cosas – dijo él acariciándole el costado y tomando la cola con la otra mano – , pero no exigirlas. Es crucial que entiendas eso; hasta que no lo hagas, por mucho que te disfraces, jamás llegaras a ser una buena mascota.

–           Entiendo – repuso la joven contoneando la cadera – . ¿Puedes tirar fuerte, por favor?

–           Será un placer.

El hombre apretó el rabo sintético y tiró de él con firmeza. El apéndice salió disparado dejando un considerable boquete en el orto de la chica.

–           ¡Uff! – Gimió ella mordiéndose el labio.

–           ¿Estás bien?

–           S… sí. No… no aguantaba más…

La privilegiada posición le permitió a Karl un perfecto visionado de la vulva de la joven. Pudo distinguir con claridad su humedad, incluso los mocos blanquecinos que rodeaban el agujerito central. Estaba muy pero que muy excitada, eso saltaba a la vista.  El macho notó un cosquilleo en la entrepierna, al fin y al cabo, por muy duro que quisiera aparentar, no era de piedra.

De repente, el esfínter anal comenzó a ensancharse. De inmediato empezó a brotar un churrito de heces que cayeron graciosamente sobre la arena formando un montoncito marón justo delante de la cámara.

Elainne llevaba practicando aquella maniobra varios días; el primero fue un auténtico desastre, terminando totalmente embarrada de cacas pero, a fuerza de ir probando y probando, el día crucial logró hacerlo sin apenas mancharse e incluso con cierta expresión lasciva en su cara.

Lo cierto es que, bajo el maquillaje, la chiquilla estaba muerta de vergüenza haciendo algo tan sucio bajo la atenta mirada del hombre que le tenía arrebatado el corazón y de la cámara de vídeo, pero estaba decidida a someterse por completo y nada ni nadie iban a detenerla bajo ninguna circunstancia.

–           ¿Pu…puedes limpiarme, por favor?

–           Claro.

Karl fue sumamente delicado aseando el trasero de la mascota. Utilizando unas toallitas húmedas limpió hasta el último grumito de heces. Después, no pudo evitar la tentación e introdujo un par de dedos en su vulva.  Los apéndices desaparecieron dentro de la vagina con suma facilidad. La lubricación de Elainne era máxima.

Ella se derritió como una vela junto a una hoguera.

–           ¡Grrrrr! – Ronroneó la joven, abriéndose el sexo con la ayuda de las manos.

Pero Karl no iba a ponérselo tan sencillo pese a que en aquel momento su verga ya estaba dura como el acero.

–           Ven, sígueme. – Le ordenó él incorporándose.

Elainne estaba confundida, sus planes se habían truncado ya que pensaba que, tras el numerito sobre la arena, él la tomaría obteniendo, además de un enorme placer, el perdón deseado. Decidió que su única salida era obedecer así que lamió la parte plástica de la cola, se la insertó de un golpe en el ano y lo siguió.

Como intuía, su paseo terminó justo delante de la puerta verde.

–           ¿Qué sucede? – dijo él apenas metió la llave en la cerradura, notando la inquietud de su mascota.

–           No… nada.

–           ¿Estás nerviosa?

–           U… un poco.

–           Sabes lo que hay ahí, ¿verdad?

–           Sí. Lo he visto en las películas.

–           Puedes dejarlo cuando quieras. No voy a retenerte bajo ningún concepto…

–           No, no. Continúa, por favor.

–           Obraste mal, tengo que castigarte. Es mi deber enseñarte lo correcto.

La chica rezó para que la inquietud que sentía no se reflejase ni en su cara ni en sus gestos. Sabía lo que le esperaba allí adentro pero aun así no vació:

–           Sí, sí. Está bien. Lo entiendo.

–           Adelante.

Elainne se introdujo lentamente en la habitación. Se estremeció cuando la puerta se cerró tras ella con llave.  Pudo ver con sus propios ojos todo lo que encerraba aquella inquietante sala: multitud de látigos, cinturones de castigo y fustas colgaban de las paredes; enormes consoladores de diversas formas, algunos incluso rematados con púas, descansaban sobre los aparadores; media docena de cámaras de vídeo acompañaban la enorme televisión y, cómo no, el impresionante potro de torturas forrado por completo de cuero negro presidía el centro de la estancia.

–           Levántate.

–           Sí.

Pese a que sus piernas temblaban, ella obedeció.

–           Puedes gritar cuanto quieras, nadie te oirá. La habitación está insonorizada.

–           Lo… lo sé.

–           Es… es tu última oportunidad para echarte atrás.

–           No… no lo haré.  Soy… soy tuya, puedes hacer lo que quieras conmigo.

–           Está bien. Acércate, pon la cabeza aquí.

–           ¿A… así?

La chica se recostó sobre el artilugio de castigo de tal forma que su trasero quedó totalmente expuesto y sus voluminosos senos colgaban bamboleándose libremente gracias a la gravedad.

–           Sí, así está muy bien. Tienes un cabello muy largo, lo apartaré a un lado para que se distinga bien tu cara.

–           Lo que quieras.

–           Pon las manos aquí, en estos dos agujeros.

–           Vale.

–           Ahora… ahora voy a colocarte esto encima. Es una especie de guillotina que impedirá que sueltes la cabeza. Será un poco agobiante, pero podrás respirar sin dificultad en cuanto te acostumbres. Si no puedes soportarlo, solamente tienes que decirlo y todo terminará, te lo prometo.

–           No te preocupes, he visto cómo funciona. Sé que merezco el castigo. No te fallaré nunca más, te lo prometo.

–           Está bien.

El piloto no dejaba de acariciar el cuerpo de Elainne con suavidad y dulzura. La chica respiró profundamente intentando mantener la calma, pero cuando él comenzó a desnudarse, su vagina se humedeció todavía más. Comenzó a salivar al contemplar el cipote semi erecto de su próximo torturador a apenas un palmo de su cara. Incluso alargó el cuello cuanto pudo y ofreció su boca para que esta fuese usada por su dueño, pero estaba claro que el piloto tenía otros planes.

De improviso la pantalla cobró vida y la muchacha se sorprendió al verse desde diversos ángulos a cuál más explícito e indecoroso. La cara, el culo, la vulva y sus senos se reflejaban claramente, así como un numerito rojo que no dejaba de crecer.

–           El número representa la cantidad de dueños que nos están viendo en este momento.  Los castigos se transmiten en directo a todo el mundo, al igual que las fiestas. – Dijo Karl recolocando los grabadores de vídeo.

–           ¿Qué… qué es eso de ahí?

–           Esas son películas especiales. No debes verlas sin mi permiso.

–           E… está bien.

Elainne tragó saliva. Quiso no pensar en ello, pero la última vez que se fijó en la cifra superaba ampliamente las dos centenas y seguía subiendo como la espuma. La posición era dolorosa y le costaba un mundo mantener la cola inserta en el trasero así que decidió centrarse en eso y olvidarse de lo demás: no quería volver a avergonzar a Karl delante de otros amos como había sucedido con Doutzen.

–           Veamos…  yo creo que con estas ya será suficiente.

–           ¡Aggg! – Chilló la joven.

Tras varios días castigándose los pezones pensó erróneamente que aquellas pirañas doradas no iban a dolerle tanto y así hubiera sido de no ser por las pesas metálicas que las acompañaban. Los pechos de Elainne quedaron tirantes hacia el suelo, formando una especie de cono puntiagudo gracias a la dentellada cruel de aquellas mandíbulas doradas contra sus senos. 

La chica estaba confundida. Le dolían los pechos a rabiar, eso lo tenía previsto, pero con lo que no contaba es que el castigo hiciese que su vagina se convirtiera en gelatina. Siempre había disfrutado con el dolor, pero nunca hasta ese extremo. Turbada por el ardor de su zona íntima, no podía imaginar el placer que iba a sentir cuando la tortura comenzase de verdad.

–           ¡Sigue…! – Ordenó, olvidando sus modales.

Un duro cachete estalló en su culo, marcándole los cinco dedos en la nalga.

–           ¡Au! – Chilló la joven apretando los puños.

La agresión la pilló tan de improviso que no pudo evitar que la colita saliese disparada de su orto.

–           ¡Así no, gatita!

–           E… entiendo. Lo… lo siento. Me… me gustaría que siguieras… po… por favor.

–           Eso está mejor. Lo haré.

–           ¿Me harías el favor de meterme la colita de nuevo?

–           Pues claro. Saca la lengua y límpiala primero. – Contestó él acercándole el apéndice a la boca.

–           Sí.

Elainne limpió todos y cada uno de los restos que ensuciaban su plug anal con auténtica pasión.  Durante los primeros días dicha maniobra de limpieza bucal le producía arcadas, pero ya se había acostumbrado tanto al sabor de su intestino que incluso lo echaba de menos cuando el extremo de su colita estaba limpio al principio de cada sumisión.

Cuando lo consideró oportuno y no antes, el adulto atacó el trasero de la muchacha con el artilugio sin la más mínima lubricación. De manera consciente, fue extremadamente torpe y cruel a la hora de insertarlo; no lo hizo con el cuidado debido sino siguiendo un movimiento rotatorio al estilo de tornillo que hizo crujir la entraña de Elainne provocándole un ardor insoportable en su entrada trasera. Por si eso fuera poco, el piloto empleó un ángulo de ataque a todas luces erróneo, provocando una distensión en el esfínter anal de la mascota mucho mayor de la necesaria.

La gatita chillaba como si estuviese pariendo mientras su intestino se dilataba de una manera antinatural. Se retorcía y se convulsionaba con violencia y eso provocaba que las pesas tirasen todavía más de sus pezones. El escozor en su orto no dejaba de crecer de manera exponencial y tenía la sensación de querer hacer cacas de nuevo pero la colita no se movió de su lugar natural.

–           ¡Aggrrrrr!

–           Listo. Cuando lleguemos a trescientos, comenzamos.

Elainne abrió los ojos de par en par.

–           ¿Co, co… comenzar?

–           Claro. Esto sólo han sido los preliminares.

–           ¿Eso es…?

–           Sí. Una navaja. Ten cuidado, no te muevas, podría suceder algo irremediable.

El hombre se limitó a sonreír al ver el terror mal disimulado en la cara de Elainne. Tiró de las pesas lentamente hacia abajo para aumentar su dolor.

–           ¡Aaaauuuuuuuu!

–           Eres una mascota muy desobediente pero tranquila, no es para lo que piensas: no me gusta la sangre. – Dijo él recorriendo el cuerpo de la joven con el canto del objeto punzante.

Tras unos momentos de alarma, la gata respiró aliviada al comprobar que Karl se limitaba a cortar las tiras de cuero que envolvían su cuerpo, dejándola completamente desnuda.  Había visto las suficientes películas del aviador holandés para saber que, al contrario de Doutzen que era una auténtica sádica, los daños físicos que él infligía a sus mascotas jamás llegaban al extremo de provocar sangre.

–           Bien, ya podemos comenzar. ¿Lista?

–           S… sí.

–           No me gustan las mascotas que gritan cuando se les corrige, pero al ser tu primera vez no te lo tendré en cuenta.

–           E… está bien. Haré lo que pueda.

–           Uhm, veamos qué tenemos aquí. La fusta es excitante pero no eres una yegua así que no sería lo correcto.  El látigo estaría bien, pero tienes la piel muy delicada y no queremos que tu mamá se entere de que eres una chica muy traviesa…

–           Me… me gustaría…

–           ¿Sí?

El hombre la miró muy sorprendido. Pensaba que Elainne se vendría abajo en cualquier momento, pero en lugar de eso se la veía muy entera y totalmente predispuesta al castigo. Conocía las reacciones de su cuerpo juvenil lo suficiente como para saber que no estaba pasando un mal rato… sino todo lo contrario.  Estaba muy pero que muy cachonda y eso lo tenía totalmente descolocado.

–           Dime. Dime qué estás pensando. Habla libremente.

–           Me gustaría que utilizases la pala, por favor.

–           Uhm… ¿seguro? Si tienes que estar mucho tiempo sentada en el colegio no es lo más recomendable. Te dolerá día y noche después.

–           Por favor. – Suplicó la chica.

–           Uhm… hace tiempo que no la uso y, por supuesto, jamás me la habían pedido. Supongo que está bien.

El adulto se dirigió a la pared y descolgó de ella el artilugio deportivo. Se trataba de una pala de cricket de madera de sauce blanco y empuñadura de cuero del mismo color.

–           Vamos allá. ¿Estás lista? – Preguntó el blandiendo la herramienta.

–           Sí.

Gracias a la pantalla Elainne pudo ver cómo el hombre se colocó tras ella y, después de levantarle la cola con la mano, meneó la cabeza.

–            Uhm… mejor quitamos esto.  Toma – le dijo a la joven insertándole el apéndice felino en la boca – , no dejes que se caiga o me enfadaré.

Ella se limitó a asentir.

Después, sin ningún tipo de delicadeza ni preámbulo, le soltó un contundente golpe que aterrizó sin piedad en el culo de la joven.

La chica creyó que se moría, el ardor en su trasero era tremendo.  Estaba rota de dolor y eso que sólo había recibido el primer golpe.  Sus ojos se inundaron de lágrimas, apretó los puños con fuerza, mordió el dildo con furia hasta marcar sus dientes, y gracias a todo ello consiguió su objetivo que no era otro que el no gritar.

De repente, todo cambió tras el primer golpe.

La segunda andanada fue más sencilla de sobrellevar. La tercera no le dolió tanto y la cuarta incluso no le desagradó. Tras la quinta, arqueó el trasero para recibir mejor a la sexta y a la séptima comenzó a ronronear como una gatita en celo. Con la octava, se murió de gusto y la novena fue el preámbulo de un espectacular clímax que llegó con la décima y última descarga contra su culo.

La colita alargada apenas daba de sí a la hora de ahogar los gemidos de placer de la joven mascota. Le costaba distinguir qué le ardía más por los golpes: el trasero o la vulva. Ni las más salvajes de las folladas de su amante habían arrancado de ella un orgasmo semejante.

La adolescente asustada se había evaporado dejando paso a una hembra ávida de nuevas sensaciones. Elainne no pensaba, no razonaba; actuaba por instinto, un instinto animal que llevaba dentro y la dominaba.

Karl no salía de su asombro, contemplando aquella criatura divina, sudorosa y satisfecha. La vulva de Elainne, siempre generosa a la hora de auto lubricarse, rezumaba jugos transparentes como nunca aun sin haberla estimulado directamente. Comprendió entonces cuánto se había equivocado con ella, la ninfa estaba muy por encima de sus expectativas. Era un auténtico diamante en bruto: una mascota ideal de los pies a la cabeza.

Con todo, lo que más le impactó fue la cara de la joven.  Lasciva, erótica, sensual… cualquier adjetivo se quedaba corto a la hora de describirla. Con las pupilas amarillas fijas en el objetivo de la cámara, succionaba la cola con gula, babeándola abundantemente como si fuese una polla.

El contador de visitas saltó por los aires en ese momento y más aún cuando la gatita miró al adulto y, tras sonreírle, escupió el plug de manera voluntaria.

–           ¡Oh! – dijo en tono desafiante – . Se… se cayó. ¿Vas… vas a castigarme otra vez?

Karl dudó.  En aquellos momentos tenía muy claro quién dominaba a quién y que no era él el que controlaba la situación.

–           Está bien, pequeña. Tú lo has querido.

–           ¡Grrrrrr! – Ronroneó Elainne abriendo cuanto pudo su trasero.

El primer golpe fue tan fuerte que las pezoneras no aguantaron y salieron disparadas contra el suelo.  Mordiéndose el labio hasta casi hacerlo sangrar, Elainne esperó una nueva descarga que no se produjo. En su lugar notó cómo su recto era ocupado de nuevo, aunque esta vez no por un objeto inanimado sino por la gloriosa verga de su amante que la abría en canal.

–           ¡Aggg…! – Exclamó mientras su entraña crujía.

Al ardor provocado por los golpes se le unió el dolor de su esfínter al ser profanado. Lentamente fue llenándose de verga, el sufrimiento por poco le volvió loca. Deseaba soltar una de sus manos para satisfacerse y castigar su clítoris con rabia mientras su dueño disfrutaba de su culo. Tentada estuvo de ordenar más dureza a la hora de la monta, pero, pese a la calentura, no olvidó su papel de sumisa complaciente y se dejó encular según la voluntad del macho. Quería ser usada por él, convertirse en la mascota perfecta, en un objeto sexual cuyo único fin sería proporcionarle la mayor cantidad de placer posible a su dueño.

Karl no la decepcionó. Tiró de su cabello con fuerza y le desvirgó el trasero con una serie de severas arremetidas a cuál más intensa e implacable. El tipo se ensañó con ella, le castigó el orto sin piedad con un ritmo machacón que arrasó con todo.  Elainne pensaba que iba a partirle en dos, su pequeño cuerpo no daba más de sí frente al acoso del gigantón europeo, pero, aun así, hacía todo lo que podía para facilitarle la tarea. Sintió cómo las heces se escapaban de nuevo de su intestino pero tal circunstancia no frenó el ímpetu del adulto que, agarrándola de la cadera a una mano, hacía cuanto podía por penetrarla más profundamente.

La sodomía se alargó por espacio de más de media hora, durante la cual se sucedieron las eyaculaciones una tras otra, corridas que barnizaron de manera abundante el interior del intestino de Elainne con simiente masculina. Cuando Karl terminó con ella, exhausto y satisfecho, la adolescente ya no estaba allí, sólo su cuerpo permanecía en la habitación de la puerta verde.

Su mente no había podido resistir tanto dolor y terminó rindiéndose. 

– – – – – – – – –

–           ¡Elainne! ¡Elainne! ¿Estás bien, hija?

La morenita abrió los ojos, parecía tener cristales dentro. Le costó un mundo identificar su propia habitación y a su mamá mirándola con gesto preocupado.  Se alteró mucho, no tenía ni idea de cómo ni cuándo había llegado allí. Lo último que recordaba era el contador de visitas más allá de las dos mil unidades y su vagina contrayéndose una y otra vez.

–           Hija, ¿qué te pasa? ¿Es la regla otra vez?

–           S… sí. – Mintió la joven casi sin fuerzas.

–           ¡Oh, lo siento! ¿Quieres tomar algo?

–           No… no, mami. No me apetece. Déjame dormir hasta mañana.

–           ¿Mañana? Si es la hora de levantarse, cariño. Tienes que ir al colegio.

Elainne comprendió que llevaba más de diez horas durmiendo.

–           Mami… no, no puedo. Me duele mucho.

–           Está bien, descansa mi amor.

Cuando Elainne se quedó sola en su cuarto buscó reconfortarse con la almohada. La abrazó imaginando a su vecino.  Le dolía el culo, mucho… muchísimo en realidad, pero estaba tremendamente satisfecha.

Estaba claro que su dueño la había perdonado.

Su mano buscó el botoncito de placer y, tras aliviarse, durmió profundamente de nuevo.


  CAPÍTULO 7:
Elainne asimilo su condición felina sin demasiados problemas. No le suponía trauma alguno gatear todo el tiempo que permanecía en el apartamento contiguo al suyo transformada en gatita. Se había acostumbrado tanto a tener la cola inserta en el culo que incluso la echaba de menos el resto del tiempo, en su vida normal.  Tampoco tuvo problemas para adoptar las otras pautas de comportamiento: comía y bebía en directamente del cuenco sin utilizar las manos, dormía en una mantita sobre el suelo, realizaba sus necesidades en el arenero y frotaba la cara por todos los rincones. Le gustaba estar largos periodos de tiempo al sol, dormía mucho e incluso había conseguido dejar de morderse las uñas con lo que sus manos poco a poco iban asemejándose a unas garras de verdad.

En cuanto al sexo… todavía era algo menos problemático. Más bien todo lo contrario: le encantaba.  Elainne siempre estaba ansiosa por ser tomada por su dueño por todos y cada uno de sus agujeros, incluido el sexo anal. Desde que lo probó por su entrada posterior lo practicaba con auténtica devoción, incluso ya había aprendido a pedirlo con respeto y sin exigencias.  Aceptaba los deseos de Karl fuesen los que fuesen con esa dulce sonrisa en la cara que tanto encandilaba a su dueño y fornicaban como si no hubiese un mañana durante toda la tarde en todos y cada uno de los rincones de la casa. Inclusive, de vez en cuando, hacía alguna trastada o travesura conscientemente con el fin de pasar un buen rato dentro de la habitación de la puerta verde.

Cuando estaban los dos solos su vida era perfecta.  Pero para su desgracia eso no sucedía siempre así.

Lo que mataba a Elainne realmente eran los celos que tenía de Doutzen, la esposa del piloto.

No podía soportar esos días, afortunadamente para ella no muy frecuentes, en los que ella aparecía sonriente del brazo de su marido totalmente acaramelada.  La pobre Elainne pasaba a ser del centro del universo a poco más que un cero a la izquierda, un adorno… una mascota, ni más ni menos. El piloto le regalaba unos momentos de caricias y mimos que Elainne agradecía ronroneando tiernamente, pero eran simples migajas: enseguida la rubia tomaba las riendas de la situación y lo arrancaba de su lado llevándolo a la cama para montarlo.

El primer día que el matrimonio hizo el amor delante de Elainne la chica no pudo soportarlo. Cuando vio a su amo gozando con otra hembra sus pupilas felinas se inundaron de lágrimas que, al caer por su rostro, descompuso su cuidado maquillaje hasta hacerla parecer una caricatura de sí misma. Cuando llegaron los jadeos de placer de los amantes, apretó sus garras contra las orejas, intentando inútilmente ignorarlos. Al principio su burda estrategia funcionó pero la intensidad de los gritos de Doutzen era tan grande que traspasaron la sordina y  se clavaron  en su alma como auténticos puñales.

La jovencita olvidó su condición felina y se encerró en el aseo de la vivienda para llorar amargamente el resto de la tarde.

Cuando la adulta se fue, satisfecha por su victoria tanto física como moral sobre la nueva mascota de su marido, el aviador fue condescendiente con Elainne. Entre besos y caricias le hizo ver que lo que había hecho no estaba bien. Le indicó que debía aprender a desterrar esos sentimientos de posesión hacia él, impropios de una mascota. “Los celos en una mascota están fuera de lugar” le susurró de manera amable pero firme. Después, le hizo el amor de una manera dulce, pausada, que ella agradeció desde lo más profundo de su corazón.

Elainne intentaba desterrar los celos que sentía hacia Doutzen. Pero en aquella ocasión, para más desgracia, la esposa de su dueño apareció con Hanna, la despampanante mascota pelirroja de la mujer.  Apenas llegó, la mujer se transformó en una gata de pelaje cobrizo, con una enorme “D” marcada a fuego en la nalga, con orejas, rabo y resto de complementos de ese color y comenzó a marcar la casa con su olor. Incluso olisqueó las cacas de Elainne e hizo pipí sobre su arena.

Elainne en cambio se limitó a sentarse sobre sus talones a mirar, como hacía siempre, cómo el matrimonio daba rienda suelta a sus más bajas pasiones con el corazón roto. Doutzen era una fiera en la cama y la adolescente lo sabía.  Por mucho que le doliese admitirlo, había que estar ciega para no darse cuenta de que Karl disfrutaba follando con su mujer tanto o más que cuando lo hacía con ella.  Más de una vez se le había escapado una lágrima mientras los veía disfrutar de sus cuerpos, ignorando totalmente su presencia.

Podía soportar cien latigazos antes que ver a su dueño con otra, los celos la comían por dentro. 

La joven se odiaba a sí misma por esos sentimientos impropios de su condición. Una mascota, una buena mascota como Hanna, por ejemplo, debía desear que su dueño fuese lo más feliz posible, aunque fuese con otras personas o mascotas, pero eso a Elainne le resultaba totalmente imposible, al menos por el momento. 

En realidad, Elainne deseaba que un rayo fulminase a Doutzen en ese momento: la odiaba con toda su alma por ocupar un lugar que consideraba suyo. 

La transformación física y de comportamiento de Elainne en mascota le habían resultado muy sencillas comparada con la afectiva, pero aun así seguía intentándolo. Amaba a su dueño por encima de todas las cosas y sabía que, al final, lograría ser feliz viéndole disfrutar del sexo con terceras personas, pero por aquel entonces le rasgaba el alma verlo.

–           ¡Ven aquí! Sube…

Elainne se incorporó ligeramente, levantando las orejas. Era la primera vez que Doutzen le reclamaba para algo.

–           No, tú no, cachorrita.  ¡Hanna, ven aquí!

Los ojos de Elainne se humedecieron al instante y no por las lentillas precisamente. Se sintió completamente humillada.  Estuvo a punto de levantarse e irse a su casa a llorar. Si ya le suponía un esfuerzo asumir su condición de segundo plato con respecto a Doutzen, verse superada por otra hembra, otra mascota, era algo descorazonador. 

Se quería morir.

Pero al contemplar la cara de placer de su dueño cuando la pelirroja comenzó a mamarlo Elainne se tragó su orgullo, apretó los puños y continuó mirando. Pensó que, si era lo que él quería, estaba bien y decidió que, si no podía participar, por lo menos podría aprender. Desde luego, Hanna era un buen ejemplo para seguir.

La pecosa de ojos marrones succionó la verga de Karl como una auténtica aspiradora.  Era metódica a la hora de mamar, su lengua no dejó ni un milímetro cuadrado de polla sin atender. Su boca era lúbrica, intensa, profunda. Elainne contempló alucinada como a aquella chica, que apenas tendría unos años más que ella, se le hinchaba la garganta gracias a lo cual podía admitir en su boca una cantidad de rabo espectacular.

Cuando Doutzen le arrancó la cola con violencia ni se inmutó. Siguió chupando la polla que Elainne creía suya con avidez.

–           Súbete sobre él. Usa tu culo. Móntalo.

–           Sí, señora.

La chica obedeció la orden sin la menor vacilación, a pesar de que las dimensiones del falo de Karl se salían de lo normal. Mirando a Elainne, se colocó sobre el mástil, lo agarró de la base y, llevándoselo hacia su entrada trasera, lo hizo desaparecer a través de ella por completo sin necesidad de lubricación. Ni pestañeó cuando se empaló por completo y las pelotas chocaron con su trasero.

–           ¡Oh! – Exclamó la adolescente.

Elainne no podía creerlo, ella apenas podía jalarse la mitad del rabo de Karl por su puerta trasera. Ni siquiera el día en el que él la sodomizó por primera vez, el día que se desmayó de puro dolor al ser enculada de manera bestial, pudo introducirse una cantidad parecida de carne en el intestino.

Es más, ni la mismísima Doutzen, con todo su aire de superioridad y soberbia, era capaz de igualar lo que su mascota pelirroja había hecho sin despeinarse.

–           ¡Fóllatelo!

–           ¡Sí, señora!

La gata comenzó a trabajarse el cipote con su culo. Ella lo hacía todo, el aviador se limitaba a disfrutar del glorioso quehacer de la mascota.  La barra erecta iba y venía a través del esfínter sin oposición. De vez en cuando Hanna se desacoplaba por completo y dejaba a la vista de Elainne el tremendo boquete que la sodomía provocaba en su orto y después se dejaba caer penetrándose hasta el fondo. Era espectacular.

La novicia no salía de su asombro contemplando la escena.  Intuyó que la pelirroja debía haber practicado infinidad de veces la maniobra, sólo eso explicaba la facilidad con la que utilizaba su trasero para dar placer al marido de su dueña. Le maravilló sobre todo su total entrega a la hora de proporcionar gozo al piloto, y de cómo, olvidándose de sus propios deseos, de sus necesidades físicas y, por supuesto, de sus sentimientos, hacía todo lo que estaba en su mano o más bien en su culo para que Karl lo pasase de miedo.

Elainne se dio cuenta de lo mucho que tenía que aprender hasta llegar a ser una verdadera mascota. Estaba a años luz de Hanna y eso le apenó mucho.

–           ¡Más fuerte, gatita!

–           Por supuesto, señora.

Hanna utilizaba su bello cuerpo a la perfección. Era una máquina de follar perfectamente entrenada. Sus voluminosos senos botaban al ritmo de la cabalgada y meneaba la cadera de tal manera que los suspiros de Karl ante el intenso tratamiento eran cada vez más audibles. Controlaba la cópula de tal forma que supo exactamente cuándo el macho iba a derretirse. Fue entonces cuando avisó a su dueña de tal circunstancia.

–           Ya… ya está a punto, señora.

–           Está bien, gatita. Guárdatelo en la boca.

–           Sí, señora.

Rápidamente, desacopló la polla de su orto y su boca abarcó la punta del balano, sellando sus labios alrededor de él. Un par de rápidas masturbaciones fueron suficientes para que el esperma del adulto pasase de sus testículos hasta la boca de la mascota.

Después, Hanna permaneció en posición de descanso, con los mofletes hinchados, preñados de jugo masculino esperando nuevas órdenes.

Karl se estremecía de gusto. La mascota de su mujer era increíble y así se lo hizo saber una vez más.

–           ¡Uff…!

–           ¿Es buena, eh? Me ha costado amaestrarla, pero ha valido la pena.

–           S…sí. Es tremenda…

El cumplido arañó un poco más la autoestima de Elainne, pero esta seguía en estado de shock por lo ocurrido y ni se enteró. Había visionado películas de la chica pelirroja en plena acción, pero verlo, olerlo, escucharlo y sentirlo en directo era algo impactante.

Hanna era una mascota increíble. A los celos que sentía por Doutzen se añadían la envidia que sentía hacia ella.

–           ¿Qué te ha parecido, cachorrita? Sé sincera.

–           Es… es muy buena.

–           Es la mejor, no te quepa duda. Lleva en mi familia desde toda la vida. Me la regaló mi papá cuando fui a la universidad, pero entonces no era ni la sombra de lo que es ahora. Tenía muchos vicios, mi papá es un flojo de carácter.  Dudo que algún día llegues a ser como ella – prosiguió la mujer con cierto menosprecio – .  Todavía no sé qué te ha visto mi marido para encariñarse tanto contigo… cachorrita.

–           Bueno. Ya… ya es suficiente – intervino Karl algo molesto con su esposa por haber revelado sus sentimientos hacia Elainne.

–           ¿Suficiente? ¿Tienes prisa acaso? Apenas hemos empezado.

–           Tu gatita me ha dejado seco – admitió el adulto – . Voy… voy a darme una ducha.

–           Como quieras, aburridoooo.

–           ¡Mmmmmmm! – dijo él, sacándole la lengua entre risas.

Elainne se dispuso a gatear tras su dueño, habitualmente compartían tras la cópula con Doutzen pero él la detuvo.

–           No. Hoy no. Quédate con ellas.  Obedece a mi esposa en lo que quiera.

La joven se entristeció unos segundos al sentir cierto abandono, pero luego aceptó la voluntad de su dueño con la mejor de sus sonrisas, como no podía ser de otro modo.

–           Sí, señor.

–           ¡No me llames señor! ¡Je, je, je! ¡Eso son tonterías de mi mujer! – exclamó él guiñándole un ojo – . ¿De acuerdo?

–           Bueno… está bien.

–           Ve con ellas. Enseguida vuelvo. Haz que me sienta orgulloso de ti.

–           Sí.

–           Eso es, cachorrita. Ven aquí a ver si aprendes un poco, cosa que dudo.

Aquellas palabras enfurecieron a Elainne. De un salto se colocó sobre la cama y, decidida a dar todo de sí misma, imitó la postura de Hanna.

–           Hanna, pásale el esperma a la cachorra. No te quedes nada… que te conozco, gata golosa.

La pelirroja asintió y, tras pegar sus labios a la joven, vertió en ella la sustancia blanquecina que con tanta facilidad había extraído de la verga del piloto.

–           Escúchame, gatita. Debes aprender a guardar el esperma de tu dueño pase lo que pase. ¿Entendido? No debes tragártela hasta que él te lo pida.

–           ¡Uh–  Ummm! – asintió Elainne.

–           Lo cierto es que tienes unas buenas tetas, las cosas como son – dijo la mujer sobándole los senos a la Elainne – . Escúchame, si cuando termine contigo no conservas la leche de mi marido en tu boca me voy a enfadar. Y si algo no te conviene es que yo me enoje; ni te imaginas lo cruel que puedo llegar a ser si eso sucede.

Elainne miró de reojo las cicatrices y las marcas que podían distinguirse en la piel blanquecina de Hanna y asintió.

–           ¿Has visto los videos, verdad?

La morena volvió a contestar afirmativamente.

–           Pues eso. Gatita, ve a buscar tus juguetes. Tenemos mucho que enseñarle a esta cachorrita.

Tras emitir un maullido, Hanna se insertó el rabo en el culo y desapareció tras la puerta. Elainne se puso algo nerviosa al quedarse a solas con la esposa de su dueño, pero esta parecía conformarse palpándole los senos.  Lo hacía de forma diferente a Karl y la chica tuvo que reconocer que sabía cómo acariciar a una hembra ya que sus pezones, habitualmente tristes, alcanzaron la dureza del granito con gran rapidez gracias a sus eficaces tocamientos.

Eso la confundió a la joven, seguía detestando a esa odiosa mujer, pero no así lo que le estaba haciendo. Se estremeció al notar un pellizco, fue algo muy leve pero lo suficiente evidente como para que la dueña se percatase de ello.

–           ¿Te gusta, eh? No hace falta que me contestes, huelo tu vulva desde aquí. Estás que te derrites por una buena verga como la de mi marido.

Las mejillas de Elainne parecían brasas incandescentes de nuevo al ser tan transparente. Le molestaba mucho no poder controlar las reacciones de su cuerpo. Estaba segura de que Hanna, de haber estado en su misma situación, ni se hubiera inmutado por los tocamientos.

–           Sé sincera.  Necesitas su polla ahora mismo, ¿no es cierto?

Elainne asintió y casi, simultáneamente, sintió cómo unas uñas atenazaban su pezón y lo retorcían con crueldad. Deseó gritar, pero tuvo la lucidez suficiente como para apretar los labios con fuerza y aguantar. No quería darle la satisfacción a aquella zorra de vencerla tan fácilmente.

–           Eso está muy mal.  Debes controlar tus instintos, cachorrita.

–           Cariño, por favor no hagas eso. – Intervino Karl entrando por la puerta en ese momento justo detrás de Hanna que ya volvía con su bolsa de juguetes colgando de la boca.

–           ¿Qué?

–           Pues que no hagas eso. Te recuerdo que Elainne me pertenece a mí y no a ti. Deja que sea yo el que la adiestre a mi manera, por favor.  Juega con ella, poséela cuanto quieras, pero no la castigues por algo que todavía no le he enseñado.

–           Pe… pero…

–           Jamás se me ocurriría inmiscuirme en la forma que tienes de adiestrar a Hanna.  Nunca lo he hecho y nunca lo haré. Sólo te pido que hagas tú lo mismo con mi… cachorrita, como tú la llamas. No vuelvas a hacerlo, ¿entendido?

La cara de Doutzen era todo un poema. Acostumbrada a que su voluntad fuese ley, no se esperaba semejante humillación pública por parte de su marido ante dos miserables mascotas. Elainne, en cambio, no cabía en sí de gozo. Se sintió querida y defendida por su dueño y eso le pareció sumamente hermoso. Lo amaba por encima de todas las cosas.

–           Yo… yo sólo quería ayudarte…

–           Y te lo agradezco, de verdad. Sé que lo hacías con buena fe, pero no es necesario. Gracias.

–           Está bien, como quieras – refunfuñó la mujer muy molesta – . ¡Trae aquí, imbécil!

Y tirando de la bolsa que Hanna le ofrecía, se la arrancó de entre los dientes con nula delicadeza. La pelirroja no esperaba ese arrebato de ira, emitió un chillido de dolor y su rabito abandonó su orto. Inmediatamente supo que Doutzen iba a pagar con ella toda la frustración provocada por no poder castigar a Elainne. 

Y no se equivocó.

–           ¿Qué sucede? ¿Te ha dolido? ¡Gata desagradecida! En cuatro… ¡ya! Te vas a enterar por no conservar tu cola como es debido.

Elainne compadeció a la otra mascota. Se sentía responsable por su desgracia. Miró a Karl pensando que, tal vez, intercedería por la otra chica, pero este siguió secándose el cuerpo como si nada.  Estaba claro que no iba a mover ni un solo músculo por ella.

–           ¡Ábrete el culo! ¡Ya!

Hanna había cometido el primer error en mucho tiempo y estaba claro que no iba a cometer otro más así que pegó su cara al colchón y utilizó sus manos para separar sus glúteos, dejando la entrada de su culo a total disposición de su dueña.

–           Está bien, cachorrita.  Vas a ser tú la que de su merecido a esta maleducada.

Sin darle tiempo a reaccionar, la hembra de rubios cabellos atrapó la mano de Elainne, apretó sus dedos de tal forma que estos formaron una especie de cuña y la dirigió hacia el oscuro agujero que se abría frente a ella.

Elainne negaba con la cabeza, intentaba resistirse, pero Doutzen era mucho más fuerte.  De nuevo buscó la ayuda de Karl con la mirada, pero él simplemente manipulaba su teléfono móvil con total indiferencia.  La jovencita temblaba como un flan cuando las yemas de sus dedos llegaron a la cavidad. Aterrorizada contempló impotente cómo sus primeras falanges penetraban en el intestino de la otra mascota sin poder hacer nada por impedirlo.

–           Estira los dedos o la destrozarás.  A mí me da lo mismo; es más, casi lo prefiero. No hace más que decepcionarme una y otra vez; es una inútil.

La morenita estaba bloqueada pero aun así llegó a la conclusión de que a Hanna le resultaría menos gravoso todo aquello si lo hacía tal y como Doutzen le ordenaba así que estiró los dedos de tal forma que su mano adoptó una posición más puntiaguda y aerodinámica. En ese momento lamentó haberse dejado de comer las uñas ya que los afilados apéndices amenazaban con rasgar el contorno del esfínter. De nuevo la elasticidad del cuerpo de la pelirroja le sorprendió y, una vez pasado el escollo de los nudillos, todo fue más sencillo: en pocos segundos su mano desapareció por completo con la misma facilidad que la verga de Karl. Sentía el pulso de la muchacha comprimiendo su mano a un ritmo frenético.

–           ¡Empuja! Empuja fuerte, retuércelo, verás cómo disfruta. No te preocupes por ella. Es sólo una estúpida mascota. No vale nada.

Elainne no sabía lo que hacer, fue la propia Hanna la que hizo todo el trabajo. La adolescente se limitó a mantener la mano en la posición indicada y la enorme gata humana se sodomizó a sí misma hasta más allá de la muñeca de la mascota primeriza.

–           Ahora la otra.  Venga, ¿a qué esperas? ¡Métesela por el coño! ¡Mira cómo le babea!

En efecto, por los muslos de Hanna descendían dos cascadas de flujo vaginal. La pelirroja ronroneaba de gusto mientras su ano era profanado con severidad. Estaba claro que ser tratada así no le disgustaba. Al final Elainne sucumbió al vicio, la curiosidad le pudo y repitió la maniobra con el orificio delantero. El resultado fue, si cabe, más espectacular: todavía le resultó más sencillo taladrar la vulva que el ano de Hanna gracias a su abundante secreción vaginal.

Con mucho cuidado de no abrir la boca, la adolescente retorcía sus manos en el interior de la otra mascota mientras esta emitía guturales sonidos de placer.

–           Eso es… ¡Fóllatela! – La animaba Doutzen fuera de sí.  

Conforme incrementaba el ritmo de las penetraciones Elainne sentía cómo la vagina que castigaba sin cesar se comprimía más y más hasta que llegó un momento que la contracción fue tan intensa su mano pareció seccionarse de su muñeca. Hanna dejó de moverse y fue entonces cuando las babas envolvieron la mano de la más joven como si fuesen gelatina. El orgasmo fue intenso, pero aun así la mascota no emitió sonido alguno más allá de un ronco ronroneo de placer. Si le dolía, no lo dio a entender.

Elainne sacó las manos con mucho cuidado. Se quedó mirándolas durante un instante. Le parecía increíble que hubiesen podido estar en el interior de otra persona. No tuvo mucho tiempo para recrearse, Doutzen todavía no había tenido suficiente. La tiró sobre la cama, le abrió las piernas y se dio un festín con su sexo. Estaba desatada y nadie, ni su mismísimo marido, iba a detenerla.

–           Te lo voy a comer todo, cachorrita.

La adulta agarró las tetas de Elainne con furia mientras le devoraba el coño con intensidad.  La chica resopló y se dejó hacer.  Temió de nuevo por su integridad física, pensó que la rubia iba a mutilarla a dentelladas, pero cuando Karl se colocó a su lado y sus miradas se cruzaron, todos sus males desaparecieron.  

–           Tranquila, sé que tú puedes. – Le dijo él en tono dulce, acariciándole el cabello.

Sumergida en el verdor de sus pupilas, aguantó estoicamente uno, dos e incluso cuatro dedos en el interior de su vagina; ni siquiera torció el gesto cuando su trasero fue desprovisto de la cola y tratado del mismo modo salvaje y cruel que su abertura delantera. Es más, hasta se abrió de piernas por completo cuando la rubia, provista de un falo de látex y un arnés a la cintura, se la tiró con furia desmedida.

Doutzen le hizo de todo, tanto por el culo como por la vagina, pero no consiguió que Elainne abriese la boca. Al final, la rubia aceptó la derrota con una sonrisa y dejó de ensañarse con la chiquilla.

–           ¡E… eres buena, cachorrita! – Le dijo mientras recobraba el aliento y mirando a su marido, prosiguió: –  Eres un cabrón con suerte, cariño.

–           Ya te lo dije. Sabía que mi pequeña no me defraudaría.

–           Uff. Ya te digo. Estoy muerta. ¿Puedo bañarme con ella?

–           Por supuesto. Pero antes debes ordenarle algo, ¿no crees?

–           Claro. Serás una mascota extraordinaria – dijo la rubia en un tono mucho más amable – . Trágatelo todo, cariño. Te lo has ganado.

A partir de aquel día la actitud de Doutzen hacia Elainne cambió de manera radical, sin llegar a ser cariñosa y atenta con ella, sí que la trató con el respeto debido y jamás volvió a intentar castigarla sin motivo.

 Por su parte Elainne aprendió mucho tanto de ella como de Hanna, sobre todo a la hora de saber cómo satisfacer a un dueño de sexo femenino.


CONTINÚA...

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