"PRIMERA COMUNIÓN. Capítulo 3" por Kamataruk


Alina, Alesia and Ksenia, de Vivienne Mok
Tras aliviarse con la niña los hombres acompañados de la señora y el resto de las chicas hicieron un receso para recobrar fuerzas. No había ninguna prisa, apenas eran las doce y tenían toda la noche para seguir disfrutando de la Aine Las putas se ocuparon de ella, sentándola en un amplísimo diván, dándole algo de líquido y limpiándola ligeramente. Entre risas y parloteos le ofrecieron algo de comer pero ella lo rechazó de plano: lo último que deseaba era precisamente eso, meterse algo en el estómago. Estaba algo mareada y le dolía la quijada pero en su fuero interno estaba extrañamente satisfecha. Aquella noche fue la primera vez que la señora de la casa le había dirigido un cumplido. Las chicas no dejaban de acariciarla y de hacerle mimos al tiempo que adecentaban su aspecto todo lo posible. Aine se sentía por una vez no una más sino el centro del universo.

– ¡Lo has hecho muy bien!

– ¿De verdad? – Decía no muy convencida.

– Sí, ha sido estupendo.

– ¡Espectacular!

– Has aguantado mucho.

– Sí, pero vomité…

– ¡Eso no importa! Es normal. Es más, ellos les encanta que lo hagamos…

– A mí me sucede a menudo…´

– Y a mí…

Alguien le tendió una copa de champagne.

– Toma, bebe. Te hará bien.

– No…, yo no…

– Bebe, no seas niña… ahora eres una de las nuestras.

La chiquilla apenas se mojó los labios.

– Todo, hasta adentro, de un solo golpe.

– Tragar se te da bien… todas lo hemos visto.

Envalentonada se bebió el líquido espumoso de un trago. Al principio le supo raro pero enseguida el calor y el cosquilleo que invadió su cuerpo le hizo sentirse mejor.

Fue entonces cuando cayó en la cuenta del deplorable estado de su vestido.

– ¡Oh, qué lástima! Verás cuando mamá lo vea – Le dijo a Danna muy triste.

– ¿Qué sucede? - preguntó doña Ofelia acercándose al tumulto.

– Le preocupa el vestido.

– Es que era tan bonito… - apuntó la niña -, y mírelo ahora…

– Bien. Si lo que le preocupa es el vestido… quítatelo.

– Pero…

– Venga, chicas. Ayudadla…

Ya iba a decir algo la chiquilla cuando el resto de las prostitutas, entre risas y gritos procedieron a desvestirla. Les costó un poco más de la cuenta, la tela húmeda se pegaba a su cuerpecito como una segunda piel. Le dejaron puestos los guantes, las medias, el liguero blanco que las sostenía y los zapatos del mismo color. El cabello caía sobre sus hombros de manera desordenada y sus ojos brillaban como la luna gracias al alcohol. Los hombres se aproximaron para contemplar su esplendorosa silueta y sus partes íntimas. A la niña le embargó un repentino pudor, cruzó los brazos y juntó sus piernas, intentando de este modo ocultar tanto sus pezones como su vulva.

– No te tapes. Muéstrate a estos señores. Abre los brazos… muy bien, así está muy bien. Acaríciate los pezones levemente, pellízcatelos un poquito para endurecerlos… eso es, buena chica…

– ¡Ay, Dios mío! - Suspiró uno de los hombres viendo el espectáculo que la chiquilla les estaba brindando.

– Ahora abre las piernas. Despacito, no hay prisa. Enséñales a estos señores tu tesoro…

– ¿Así?

– ¡Eso es, despacio!

– ¡Qué ricura!

– Ábrete más… más… un poquito más. Tú puedes hacerlo… saca la cadera para que podamos ver bien lo que escondes.

– Qué bonito.

– ¡Y sin rastro de vello!

Aine no podía hablar. El tono de la señora era tan hipnótico que sólo se limitaba a obedecer sus requerimientos. Examinaba los rostros de los hombres y sus miradas desencajadas y lujuriosas con el centro de su entrepierna como diana, una entrepierna que le ardía más que nunca. Deseaba tanto tocarse que no le importaba que le estuviesen mirando, es más, le agradaba saberse observada de aquella forma tan poco decorosa. Mirona compulsiva, el exhibirse era la más recurrente de sus fantasías y por fin la estaba llevando a cabo, y con un buen número de espectadores.

– Ábretelo tú misma, muestra el interior de tu sexo a los señores…

Las manitas de Aine se dejaron de acariciar sus pezones para descender lentamente por su abdomen hasta llegar a su zona más caliente. En cuanto alcanzaron su objetivo abrieron la flor de la niña mostrando su interior rosado y brillante, colmado de jugos y sediento de verga. Uno de sus dedos se deslizó hasta su minúsculo clítoris y allí, delante de todos, la pequeña Aine comenzó a masturbarse gimoteando de puro placer.

Ver a la niña darse gusto bastó para conseguir que los clientes recobrasen el vigor. Los penes comenzaron a reivindicarse. Estaba muy claro cuál era su objetivo. La señora Ofelia verbalizó lo que todos estaban pensando.

– Creo que ha llegado el momento.

Y girándose hacia el mayor postor le dijo gentilmente señalando la diminuta vulva:

– Toda suya.

Sin dejar de tocarse la joven vio cómo el mismo macho que había estrenado su boca se disponía a iniciarla en el sexo. Se tumbó en el diván sin que nadie se lo indicase y mientras el hombre se colocaba sobre ella se encomendó a Danna, su mejor amiga.

– ¡Dame la mano! – Le suplicó.

La quinceañera se apresuró a complacerla. La propia señora Ofelia le agarró de la otra mientras Yuki, la prostituta japonesa y Salma, la sensual árabe se ocupaban de amarrarle los tobillos y abrirla en canal. El camino hacia su pequeño coño quedaba expedito, ya no había impedimento alguno para que el adinerado pederasta le arrebatase la flor que tan celosamente guardaba. La mamá de la niña seguía en brazos de Morfeo acostada en el suelo de la cocina mientras ella iba a ser desvirgada por un extraño.

Pese a todo aquel tipo de facilidades el hombre no se precipitó. Se colocó entre las piernas de la niña y acarició su cuerpo infantil prácticamente en su totalidad. Sus manos eran tan grandes y tan poca la carne que tocar que pronto terminó. Aine vibraba como una llama entre los dedos del potentado. Tan turbada estaba que no podía articular palabra pero la manera de contonearse y ofrecerse a los toqueteos hablaba por ella: deseaba sentir su primera verga llenando su vagina cuanto antes.

Aun así murmuró a duras penas, más por pudor que por verdadero deseo:

– No… no me haga daño… se lo suplico…

– Tranquila – contestó él de manera sincera -. Tendré cuidado.

Y tras centrar sus tocamientos en los pliegues de la nínfula preguntó a la señora:

– ¿No sería aconsejable lubricarla primero?

– Le puedo asegurar que no es necesario – Negó doña Ofelia -. Está a punto de derretirse, ¿no la ve?

Como queriendo corroborar aquellas palabras, Aine lanzó un gemido gutural prácticamente inhumano.

– Hágaselo ya o se va a correr antes de que la penetre.

– Sí, si… móntela. Lo está deseando…

– Parece una gatita en celo…

En efecto, la excitación y la calentura habían convertido al angelito de nueve años en un pequeño diablillo. Metafóricamente hablando, no había rastro de sus pequeñas alas y en su frente ya brotaban diminutos cuernos y de su trasero brotaba una cola demoníaca.

Envalentonado por la actitud de la niña, el hombre se dispuso a cometer el sacrilegio. Se agarró el balano por la base, y a forma de porra le dio una serie de golpes en la entrada de la chiquilla. Inmediatamente su verga se impregnó de jugos pueriles. Era evidente que aquel coño infantil estaba más que predispuesto a ser reventado.

– Vamos allá. – Musitó él agarrándose el miembro con fuerza para posteriormente dirigir su extremo al rosáceo agujerito que lo aguardaba.

El amante fue firme en la penetración pero para nada rudo, sabía muy bien lo que hacía. Se sorprendió bastante al comprobar cómo su miembro viril se hacía un hueco en aquel angosto cuerpo a medio hacer sin apenas esfuerzo. Tan sencillo le resultó que incluso dudó de la virginidad de la niña. Salió de dudas cuando, tras unas pocas arremetidas, su cipote se tiñó de rojo y de la raja de la joven comenzó a brotar un considerable torrente de sangre. Miró a la chiquilla y el rubor de sus orejas, el rostro desencajado y sus cada vez más escandalosos gimoteos le hicieron saber que, lejos de estar pasando un suplicio, disfrutaba con su primera follada. Eso le reconfortó y le animó a seguir montándola con mayor energía.

– ¡Ay, Dios! – murmuró él al sentir las contracciones de su joven amante al alcanzar el clímax y cómo los fluidos de esta danzaban alrededor de su verga como si fuese un torbellino.

De no haber sido la boca de Aine la diana de su primera andanada, a buen seguro se hubiese corrido en aquel instante. El placer que le daba aquella pequeña vagina era infinito, tan caliente y comprimida. Se recostó sobre la muchacha, teniendo cuidado de no aplastarla y buscó con sus manos los glúteos de la rubita. Los agarró con fuerza e incrementó el ritmo de la monta. La chica aceptó el envite dilatando sus entrañas y arañándole la espalda.

Los chillidos de placer de la niña se escucharon por toda la casa.

Aine por su parte estaba concentrada en los tremendos espasmos que sentía en la vulva, ahí se terminaba su mundo. Cuando su himen quebró, apenas sintió un ligero pinchazo que fue inmediatamente anestesiado por el inmenso orgasmo que le siguió. A cada arremetida, a cada penetración, a cada embestida de él, su vagina respondía con una corriente eléctrica de gozo cada vez más intenso.

– ¡Qué hermoso!

– ¡Qué envidia!

– ¡Mírala, cómo disfruta!

– ¡Muy bien Aine, lo estás haciendo muy bien! – Le dijo Danna tremendamente orgullosa del comportamiento de su amiga.

La disparidad de tamaños era tal que apenas se distinguía a la niña bajo la mole del macho. Las prostitutas la soltaron, ya no hacía falta que la siguiesen abriendo de piernas, ella misma se desencajaba prácticamente la cadera para que él la montase de manera más extrema.

Él estaba realmente extasiado, ya hacía un rato que había roto a sudar, desde el momento en que logró que la totalidad de su verga se incrustase en el interior de la pequeña. Desvirgar preadolescentes era su pasión y una vez más su enorme fortuna le había proporcionado un nuevo trofeo del cual vanagloriarse. Quería demostrar su poderío y recrearse en la monta así que optó por contenerse. Se detuvo como un resorte antes de correrse.

Aine no entendió tal acción. Pensaba que el hombre iba a rellenarla con su leche y que ella lo notaría explotar en su vientre pero al no sentir nada en su vulva, aparte de un orgasmo casi continuo, preguntó de forma inocente:

– ¿Ya?

Pero él no contestó, se limitó a desmontarla bruscamente, darle la vuelta y colocarla a cuatro patas. La niña creyó entender que estaba buscando una nueva postura para follarla y aceptó el cambio con agrado. La mole de carne ya comenzaba a incrustarla en el diván, dificultando su respiración. Además de aquella manera, pudo ver el rostro de los presentes mientras fornicaba, en especial la de la señora Ofelia que miraba con gesto de aprobación cómo la sangre de la niña descendía por sus muslos.

Animada por estar cumpliendo como una chica del prostíbulo más, arqueó la cadera para facilitar de nuevo su penetración pero dio un soberano respingo cuando notó que era otro de sus agujeros el que era tanteado.

– ¡Eh, por ahí no es! – exclamó retorciéndose para evitar ser sodomizada en el acto.

– ¿Por ahí no? ¡Abrase visto qué desfachatez! – repuso la señora con severidad -, por ahí sí, querida. Debes ofrecerte por completo y satisfacer siempre al cliente, como lo hacen todas mis chicas.

– Pero…

– Pero nada. Grita, patalea, llora… haz lo que te dé la gana pero abre tu bonito trasero de una vez. Te aconsejo que te relajes… te dolerá menos. Piensa en algo agradable, te ayudará.

– Pero…

– ¡Hazlo, no me hagas perder la paciencia contigo, jovencita!

Aine todavía se azoró más, aquella orden directa le calentó casi tanto como la polla que la había llenado momentos antes. La niña se contorsionó de nuevo, aunque esta vez no de forma tan predispuesta. Pegó la cara al diván y poniendo su culo en pompa ofreció su entrada trasera al adulto abriéndose los glúteos. No estaba para nada convencida pero ya era tarde para echarse atrás, lo último que deseaba era incomodar a la señora Ofelia. El hombre, encabritado por tan dulce regalito, volvió al ataque con mayor ahínco. Aine intentó seguir el consejo de la madame y evocó todo lo sucedido durante la ceremonia y el posterior banquete pero no consiguió el objetivo. El primer intento fue todo un tormento. Aun así apretó los puños, entorno los ojos, soltó aire como una locomotora de vapor y no gritó cuando los primeros centímetros de barra serpentearon por su intestino, a pesar de que nada le apetecía más que berrear como una loca.

– ¿Todo bien? – Preguntó el galán conforme comenzaba a mover la cadera de forma rítmica con su ariete inserto en el culo de la chichilla.

– ¡Uffff…! – Exclamó ella para luego proseguir con voz entrecortada -: Siga… por favor… señor…

Aquellas palabras de súplica terminaron de enamorar al hombre si no estaba rendido ya a los encantos de la niña. Era la primera vez que le sucedía algo semejante, que una niña le rogase sodomía. Cuando iniciaba analmente a sus jóvenes amantes el coito solía ser difícil e incómodo, y siempre acompañado de lloros, quejidos y lamentos. En cambio en aquella ocasión le estaba resultando tremendamente placentero debido a la predisposición de Aine: ella misma se balanceaba hacia detrás para que su culo fuese perforado de manera más severa, aun a costa de desgarrarse el esfínter anal con el consiguiente sufrimiento.

– ¡Se la ha metido toda! – Exclamó una prostituta realmente alucinada por semejante hazaña.

– ¡Muy bien, Ainé! ¡Muy bien! – Animaba Danna a su amiga.

– ¡Hummm! – Murmuró doña Ofelia intentando disimular su excitación.

Evidentemente la joven estaba superando con creces la mayor de sus expectativas. Era un diamante en bruto, una fuente inigualable de ingresos.

Los testículos del hombre se endurecieron, su verga se tenso y tras un certero aguijonazo expandió su simiente por el interior de la niña.

– ¡Aggg! – Gritó mientras su verga no dejaba de babear esperma.

Sus últimas arremetidas fueron tan fuertes que la niña no pudo aguantarlas y cayeron los dos de bruces sobre el diván, enganchados como perros. Permanecieron así unos instantes pegados, recobrando el pulso totalmente acoplados hasta que otro de los invitados reclamó lo suyo:

– Caballero, siento importunarle pero… creo que es mi turno.

El primer amante lo hubiese matado allí mismo, evidentemente no quería compartir a la niña pero cuando la sangre abandonó su polla y le volvió al cerebro se incorporó, dejando bajo él un anito dilatado, rebosante de esperma, algo de heces con ligeras trazas de sangre.

– Por supuesto, toda suya. – Contestó él amablemente pese a que nada le apetecía menos que desprenderse de su nuevo juguete.

Mientras dejaba su lugar privilegiado en la entrepierna de la chiquilla utilizó el otrora impoluto vestido de esta para limpiar su pene, acción que imitarían el resto de los participantes de la orgía detrás de él.

El segundo macho no se anduvo por las ramas. El orto completamente abierto era como miel para las abejas. De un golpe seco la ensartó sin el menor cuidado, como hacía con las otras putas: la pequeña Aine ya había demostrado de lo que era capaz y no iba a darle cuartel. La cabalgó salvajemente, sin guardarse nada, sin tener en cuenta que, por muy puta que fuese la chiquilla, no era más que una niña de nueve años recién iniciada.

Ella se retorció, pataleó, clavó sus dientes en el raso e incluso un poco de pipí se le escapó de su vejiga… pero no gritó. Aguantó su calvario como una auténtica profesional hasta que el hombre se alivió en su interior, un buen rato después, dejándole el trasero en carne viva.

Por fortuna para ella el tercero de sus galanes se situó debajo de ella, dejándola que lo montase a su gusto. Ambos disfrutaron con el cambio. Aine buscó su placer y lo encontró de nuevo con facilidad. Descubrió nuevos movimientos pélvicos que le hicieron olvidar el dolor de su trasero y para cuando el hombre regó su vagina ella ya le llevaba varios orgasmos de ventaja. Lo montó con tal frenesí que costaba distinguir quién estaba al servicio de quién. La niña era lujuriosa y lo demostró delante de todos.

Durante la cabalgada perdió un zapato, sus medias se rasgaron y el hombre le apretó tanto el culo con las manos que las señales permanecerían allí unos cuantos días pero eso a ella le trajo sin cuidado, gozó como una perra. Gritó una y mil veces pero no de dolor sino de placer, tanto se desenfrenó que incluso le pidió perdón a su compañero de juegos al terminar con él clavado en el diván.

– Lo… lo siento. Yo… - dijo avergonzada por su manera de follar tan poco discreta, mientras sentía aún la verga palpitando en su interior.

– ¿Sentirlo? – Exclamó él tremendamente complacido -. Ha sido… ha sido un placer. Créeme princesa, ha sido uno de los mejores polvos de mi vida. Serás una buena puta… eres una buena puta.

Al escuchar esas palabras Aine se sintió por primera vez incómoda, entre alagada y culpable al mismo tiempo. Recordó por primera vez en la velada a su mamá y lo mal que se sentiría si le viese haciendo ese tipo de cosas. Como queriendo castigarse y eximir su culpa eligió su entrada trasera para ofrecérsela a su siguiente amante. Se colocó sobre él y, agarrándole el balano, intentó insertárselo por el orto pero le era difícil, se le escapaba como una anguila pese a tener un tamaño considerable.

– No puedo… - dijo algo impotente.

– Espera, te ayudaré. Así no podrás hacerlo…

– ¿No?

– No, te falta práctica. Hay otras formas más sencillas. Tienes que colocarte al revés, dándole la espalda al señor…

– ¿Así? Yo creía que…

– Hazlo y podrás montarlo. Confía en mí.

– De acuerdo.

Y fue la propia señora Ofelia la que agarró firmemente el estoque para que la niña, ágilmente se dejase caer lentamente sobre él, sodomizándose ella misma de manera sencilla. Comprobó que la señora tenía razón y comenzó a auto empalarse de forma inmisericorde. No se detuvo hasta que consiguió, milímetro a milímetro, que la totalidad del miembro viril tuviese cobijo en su orto, los testículos se pegaron a sus glúteos como una lapa.

– ¡Agggrrr! – Masculló al lograrlo.

Después se tumbó sobre el pecho del hombre totalmente empalada, abrió los brazos en cruz en señal de penitencia y dejó que el hombre le rompiese el culo a conciencia. Miraba al techo con la mirada perdida mientras se balanceaba cual muñeca de trapo, como queriendo mostrar al cielo la clase de chica que era. Ni siquiera reaccionó cuando él le retorció los pezones con cierta malicia, ni cuando le susurró al oído todo tipo de obscenidades. Sólo volvió a la vida cuando las prostitutas volvieron a abrirle las piernas teniendo mucho cuidado de no desocupar su trasero y el antepenúltimo amante de la noche se colocó sobre ella dispuesto a gozar de su sexo concienzudamente.

Instantes después Aine disfrutó de la primera doble penetración de las muchas que protagonizaría en su vida dentro del burdel. No se veía el diminuto cuerpo de la niña entre los machos pero los gemidos de estos mientras se la follaban hacían saber a todos que sus penes estaban en el lugar apropiado que no era otro que el interior de la niña.

Llegados a este punto las prostitutas ya no pudieron contenerse. Algunas se aliviaban solas o utilizaban a sus compañeras para darse placer mutuamente. Hasta la misma señora de la casa hacía un buen rato que utilizaba la boca de Danna para rebajar su sed vaginal. Era un secreto a voces que prefería la compañía de una fémina en su cama antes que la del más apuesto macho y hasta entonces la más pequeña de sus pupilas era su preferida.

El último de los machos, el más rudo de todos, volvió a disfrutar de los tres agujeros de Aine sin la menor cortapisa. Fue salvaje con ella y la folló con violencia. La niña, agotada y borracha, se dejó hacer sin el menor atisbo de rebeldía. Incluso le lamió a aquel tipo el ojete que le estampó en la cara limpiándolo de sudor y otros fluidos y ofreció nuevamente su boca para que él vertiese su néctar en ella.

No acabó ahí la noche, el alcohol corría a raudales y todos querían más de la niña. Los hombres disfrutaron de la preadolescente hasta bien entrada la madrugada a su libre albedrío. Cuando sus penes no dieron más de sí utilizaron sus dedos para violentarla. Como broche final volvieron a colocarle el vestido cuyo blanco inicial era un mero recuerdo y orinaron sobre ella todos a un tiempo, incluso la propia señora vació su vejiga sobre Aine. El aspecto de la ninfa era deplorable.

Aine se vio reflejada en el espejo y apenas pudo reconocerse, totalmente empapada. El alcohol en sus venas le hizo reírse de sí misma, a punto estuvo de caer desplomada por tantos excesos.

Cuando el último de los hombres se marchó ya comenzaba a clarear. Doña Ofelia condujo a Aine a sus aposentos: a la niña aún le quedaba a una persona adulta que satisfacer.

En cuanto Lynn se despertó en el suelo de la cocina le dio un vuelco el corazón. Su instinto maternal le dijo que algo iba mal. Intentó incorporarse y no pudo en un primer momento. La dosis de somnífero ingerida era más que considerable pero su desasosiego por saber el paradero de su hija le dio fuerzas. Dando tumbos, inspeccionó la zona de servicio de la casa; estaba desierta. Recordó que la señora había dado permiso a todo el personal de la casa a excepción de a ella. Al inspeccionar la habitación de Aine le entró el pánico. No había rastro alguno de la presencia de la pequeña.

– ¡Ay, Dios! – murmuró mientras se encaminaba torpemente a la zona noble de la casa.

En un primer momento se dirigió al Salón Rojo. Al ver los restos de la orgía y a un par de chicas semidesnudas durmiendo sobre los divanes ni se inmutó, ya tenía experiencia suficiente en la casa como para no escandalizarse por nada de lo que sucediese allí. Después se encaminó a la habitación de Danna. Se le cortó la respiración al ver que la chica no estaba sola en la cama y que un cuerpo femenino dormitaba a su lado desnudo. El corazón le volvió a palpitar cuando identificó a la prostituta asiática junto a la joven irlandesa.

Ya iba a seguir con su búsqueda cuando se le ocurrió hacer algo para acortarla:

– ¿Dónde está?

– ¿Qu…que? – Balbuceó Danna medio sonámbula.

– ¡Aine!, ¿dónde está?

– ¿Aine?

– ¡¿Dónde?! – Gritó la madre alzando la mano en actitud amenazante.

– Antes de ser golpeada la meretriz reaccionó rápido:

– ¡La señora! ¡Está con la señora…!

Lynn prácticamente volaba por los pasillos. En cualquier otra circunstancia por nada del mundo se le hubiese ocurrido entrar en la habitación de la dueña del prostíbulo de aquella tan impetuosa y brusca pero su desesperación crecía por momentos buscando a su niña.

Se sintió aliviada en un primer momento al descubrir a su única hija de rodillas sobre la cama junto a la señora pero su consuelo duró un instante, lo que tardó en analizar lo que estaba sucediendo: el vestido de la pequeña estaba cubierto de fluidos, al igual que su rostro y cabello. Aún así eso no era lo más relevante sino el hecho de que las manos enguantadas de la niña no se viesen, insertas como estaban cada una en uno de los agujeros del cuerpo sudoroso de doña Ofelia.

Madre e hija se quedaron mirando, petrificadas por la sorpresa.

– ¡Pero, ¿por qué?! – preguntó la madre a la señora realmente espantada.

Y la madame, sin ni siquiera sacarse los puños de dentro contestó cruelmente dándose gusto:

– Ya sabes las normas, mi querida Lynn: en mi casa, o limpias o fornicas.




FIN


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